martes, 16 de noviembre de 2010

Último minuto de oficina

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Diego miró su llavero con preocupación mundana. El muñeco que siempre acompañaba a las llaves y un pendrive con música, películas porno y algunos documentos de trabajo, tenía una extraña cara de felicidad que en ese momento le atormentaba. Era una felicidad que parecía provenir de la más dura de las drogas.

- ¿Qué clase de existencia puede hacer que siempre te muestres igual de feliz? – Se preguntó retóricamente.

Recordó cuando en su infancia se había dejado evadir por algún que otro porro y como cuando de más mayor se había empolvado la nariz. Le entró curiosidad por el posible estado del muñeco que quedaba colgado del cuello cuando iba en coche.

- Probablemente se sentirá igual de risueño que yo en aquellas noches locas.- Se sonrió.

- Igual de feliz e igual de colgado.- Añadió a sus pensamientos.

Antes de marcharse echó un vistazo a las webs informativas en busca de un rayo de esperanza. Llevaba varios días leyendo diversas noticias que le habían ensombrecido el alma. Unos curas pederastas, una guerra injustificada, unos voluntarios asesinados en el extranjero, una catástrofe climática que había segado la vida de miles de personas… Ante ese panorama ser mileurista y tener que pagar multas por valor de ochocientos euros a pocas semanas de Naviadd fue lo que menos le preocupó. Miró la cartera con motivos de cómic, ni un billete.

- Igual va siendo hora de que madure. –

Pensó, y se rió al recordar que cuando todos sus amigos llevaban carteras de equipos de fútbol o dibujos animados él presumía con su billetero de cuero, también vacío de billetes.

- Paradójico cuanto menos. Igual va siendo hora de que madure como cuando tenía 15 años.-

Cerró el ordenador con desdén. La rutina le volvería a visitar doce horas después, cuando estaría de nuevo sentado en la silla que había soportado sus malolientes pedos furtivos durante los tres últimos años. Miró la silla con asco, miró la oficina con asco, y se percató de los feos cuadros que vestían las paredes. Olió el ambiente cargado por la calefacción, el humo del tabaco que sus compañeros fumaban cuando él se ausentaba y el fétido olor de aliento a borracho de un compañero que le gustaba el whisky post-comida pero que nunca había sabido controlar la medida.

Cogió su botella de Powerade y su mochila cargada de ropa deportiva. Tenía entrenamiento, como cada día. Se marchó sin más, escondiendo la sonrisa de su muñeco en el bolsillo y la puso en su cara. El día se había terminado, comenzaba la noche.
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