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- ¡Está nevando! - Elvira corrió al balcón, abrió la ventana de par en par y se asomó. El frío gélido del exterior entró en la oficina y paralizó las manos de Oscar, que miró de reojo a la jovencísima compañera de trabajo que vestía leggins y botas con pompones.
Oscar se levantó y se acercó al enorme ventanal. Decenas de personas se acumulaban en las ventanas. Los más intrépidos sacaban las manos y notaban como los copos se posaban, como una pluma, en sus manos. Todos miraban hacia el cielo con cara atontada.
Oscar los miró a todos, niños, jóvenes, adultos, viejos, señores, mujeres, extranjeros... Todos se habían convertido en un único ser absorto por lo atípico. La nieve democratizó sentimientos y sensaciones.
Un grupo de chicos de unos 13 años pasó justo por debajo del balcón y Oscar pudo escuchar como el más intrépido, el que se había puesto un pendiente, decía.
- Esta tarde quedamos con bolsas de basura y nos tiramos por la cuesta del parque del oeste. - Después intentó acumular la leve capa de nieve que cubría un coche, pero la bola que salió era ridículamente pequeña. Aún así, ligeramente frustrado, se la tiró al más bajito del grupo, no le dio.
El manto blanco iba cubriendo todo poco a poco, tapando las miserias, las hojas, la suciedad, las colillas... Todo se iba volviendo tristemente igual.
Julián se escondió entre sus hombros y se apretó en el interior del enorme abrigo raído que llevaba, "el frío va a ser un enemigo duro este invierno" pensó mientras se frotaba las manos. Esperaba poder cobijarse en el calor de un cajero de La Caixa. "Putas Navidades", añadió.
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