viernes, 24 de diciembre de 2010

Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad

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---- 24 de diciembre de 2010 ----

18:00 - Me pongo a envolver regalos.

20:10 - Se necesita completar el cupo de regalos y llenar la nevera.

20:15 - Paseo de 10 minutos al OpenCor.

20:30 - Compra de Chocolate, Naranjas, Colacao y un libro. Vuelta a casa.

21:15 - Cena en solitario en la cocina. Pan con queso. Polvorones. Ferrero Rocher. Plátano.

22:00 - La leche está pasada. Hay que comprar para que mis sobrinas puedan desayunar mañana.

22:05 - 0,6ºC Paseo de 10 minutos al OpenCor. Cerrado. Regreso a casa.

22:35 - Cojo el coche. Voy a la gasolinera más cercana. Cerrada.

22:50 - Llego a una gasolinera a unos 10km de casa. Me atiende un tipo gordo y entrañable que ha entrado una hora antes para que sus compañeros puedan cenar. Compro 3 litros de leche Pascual.

23:10 - -0,5ºC Llego a casa. Comento la jugada con mis padres. No puedo resistir a compartirlo con vosotros. He olvidado comprar los crucigramas.

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Esta noche es Nochebuena y mañana es Navidad.

Esta es una historia real.

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lunes, 20 de diciembre de 2010

Fiebre...

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Tragas, como intentando que nada te toque la garganta, pues el dolor de las anginas es angustioso. Intentas abrir los ojos, ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cuánto llevas durmiendo? ¿Cuánto llevas despierto? Miras la hora, 2 de la mañana. Tienes un sms, intentas responderlo aunque no se sabes si lo consigues. Es la hora de la pastilla, estiras el brazo, coges el antibiótico y pillas al azar uno de los cuatro vasos de agua que pueblan la mesilla. Justo vas a dar con el vacío, lo intentas posar de nuevo, se te resbala de la mano y casi cae, pero en un alarde de heroicidad consigues evitar que se desplome al suelo rompiéndose en mil trozos. Buscas a tientas otro de los vasos, esté sí parece tener algo dentro. Pesa, pesa muchísimo, la pastilla se está empezando a deshacer por el calor de la mano. Te la metes en la boca y haces llegar el recipiente a tu boca. Bebes generosamente, el agua alivia tu garganta. Te vuelves a desplomar en la cama, en las piernas tienes calor, en el tronco estás helado. Tiritas. Los ojos te duelen, parece que se quieren dar la vuelta, es como si alguien te los apretara. Intentas dormir, pero la sensación de plenitud de tu vejiga lo evita. Intentas extraer esa sensación pero no puedes. A oscuras te destapas. Hace frío, el sudor de las piernas se queda helado, sientes como si estuvieses en el polo. Tienes que llegar al baño. Consigues alzarte, el mareo se adueña de ti, te vas apoyando en muebles y mesas y sillas hasta que llegas al baño, el cuerpo te pesa sobre manera.

Deshaces el camino y te vuelves a meter en la cama, la humedad de tu cuerpo hace que se te peguen las sábanas que se han quedado heladas. Al cabo de unos instantes vuelve el calor en las piernas, pero el tronco sigue tiritando. Intentas volver a dormir pero no lo consigues, ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cuánto llevas durmiendo? ¿Cuánto llevas despierto? Miras la hora, 6 de la mañana, no quieres que pase el tiempo, y deseas que pase muy rápido. Vuelves a cerrar los ojos, ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cuánto llevas durmiendo? ¿Cuánto llevas despierto? Miras la hora, 8 de la mañana.

Es hora de intentar levantarse e ir al trabajo. La fiebre se ha apoderado lentamente de tu organismo. Te tomas la pastilla de nuevo. Vas hacia la ducha, hace frío. Te vistes, hace frío. Hace frío, hace frío, hace frío…
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jueves, 16 de diciembre de 2010

Perdido en la niebla

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Pasearon hasta que les dolieron los pies. El frío se colaba entre los recobecos de sus bufandas y no tenían más calor que el propio, y no tenían suficiente confianza como para ofrecérselo mutuamente.

La noche cayó como un manto negro y la niebla apareció de la nada, ahí estaban, escondidos del mundo. Solos, juntos. Ahí estaban conversando, compartiendo, viviendo. Ahí estaban sintiendo. Sonriendo. Ella irradiaba magia, él ofrecía sensatez.

Entre la noche y la niebla pasearon por el parque donde los árboles desnudos de follaje se veían obligados a resistir otro duro invierno más. Las hojas ofrecían un mero entretenimiento travieso para él, que las pateaba ofreciéndoselas a ella mientras hablaba de la vida, de inquietudes, de sensaciones. Ella hablaba de sueños, de vivencias, de futuros. Susurraban deseo.

Se quedaron callados.

Se miraron.

Se acercaron.

Una foto perfecta lucía de fondo en una situación perfecta. La sombra de un árbol, el reflejo en el agua, la luz de una luna disipada por la densidad de la niebla. Ya no hacía tanto frío. Ya no estaban solos, ni juntos. Ella ofreció sensatez, él se sintió mágico.

La foto nunca se hizo. El beso siempre quedó ahí, en el sueño, perdido en la niebla. Esperando a ser encontrado, de nuevo.
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martes, 14 de diciembre de 2010

La estela

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Lucía el sol, sin embargo, Francisco llevaba atada a su espalda una nube, como si fuera un niño con un globo. Francisco, charlatán y grotesco, egoísta y dicharachero, vivía su vida sin un futuro sin un porqué. Recién casado, acunaba a su primogénito ante la mirada atenta de Sandra, a la que consideraba al mismo tiempo su veleta y su ancla.

Había pasado sus escasos treinta años de vida viendo el puerto pesquero cada día, paseando a los Yanko, Rufo, Poncho, Bobo, Turco - cada uno de los perros que le acompañó en sus distintas etapas de su vida - por la enorme playa de más de cinco kilómetros, bañándose cada día en ese mar que alberga los mismos misterios que peligros.

Ahora faenaba en busca de peces para alimentar a los tres de la casa. Luchaba cada día contra las corrientes, contra el agua, contra el viento, contra el frío. Se curtía las manos con cada corte, con cada cabo, con cada amarre. A la vuelta de cada estancia en superficie móvil se hundía en las tabernas, en cerveza fría, en muslos calientes. Y después volvía a casa donde todo le parecía extraño, ya que en su casa se sentía como un extranjero.

Un día, como otro cualquiera, salió a pasear por la orilla. Se desnudó y dejó las botas sobre el montón de ropa. Se adentró en el mar y la nube que siempre le acompañaba se disipó. El mar le ofreció abrigo, su magia le encandiló. Hacía buen tiempo, el sol le golpeaba la espalda en cada brazada que daba. Seres místicos se acercaron mientras él nadaba desnudo hacia mar adentro. La estela que iba dejando se alejaba lentamente de la orilla haciendo que olvidase de dónde provenía.

Súbitamente Francisco tuvo miedo. El mar se embraveció y toda la magia se quedó en el engaño de una sirena. Miró alrededor, estaba solo. Únicamente había agua salada que junto con el sol le había producido cortes en la espalda, marcas que quedarían para siempre. Trató de nadar en sentido contrario, trató de encontrar su estela, trató de encontrar su veleta. Pero no encontró nada. Cuando estaba a punto de ahogarse vio el sol lucir en la lejanía. El sol calentaba directamente el tejado de su casa. Sandra lloraba la ausencia y Francisco tenía frío. Lo perdió todo. Malditas nubes de inconformismo.
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lunes, 6 de diciembre de 2010

El Peluquero

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No se podía estar más triste de lo que estaba Arancha. Vivía en un contínuo estado de preocupación, donde el "por los demás" se había convertido en su ley de vida. La enfermedad de su madre, que no quería curarse; la ineptitud de su hermano, un Ni-Ni aficionado al polvo blanco; el paro de su padre, con demasiada edad para encontrar otro trabajo; unos suegros demasiado metomentodo; y el haber tenido un hijo con síndrome de down, con los problemas que ello conllevaba, no ayudaba demasiado. Además, por si fuera poco, su marido era un ególatra que aportaba poco.

Una mañana, como otra cualquiera, Arancha cogió la agenda que tenía en la mano y revisó punto a punto lo que tenía que hacer. Hizo un cálculo mental del tiempo que pasaría en el coche y se sorprendió: "¡¡Esto es como ir a Bilbao!!". No podía más, necesitaba una mañana diferente y cambió el rumbo del enorme todoterreno de lujo y se fue a la peluquería.

- Te estaba esperando - Dijo un señor enjuto que lucía una atractiva perilla. Podría haber sido un bohemio francés, pero su tono de voz era dulce como el de los italianos.
- ¿Hola? ¿Me conoce? Pero... ¿Dónde están Carla, Lucía y Silvia?
- Hoy la atiendo yo. Me necesita. Siéntese. Llámeme Lucas.

Aunque como por norma general era desconfiada, algo le dijo que esta vez se dejara llevar y se sentó. Se dejó lavar el pelo, cortar, teñir y peinar. Estaba guapísima. Radiante.

- Vaya, me ha dejado estupenda.
- Acabamos de empezar no se impaciente - y Lucas cogió las tijeras de nuevo. Entre la recién tratada cabellera sacó un pelo torcido y raído. Tiró del mismo y siguió saliendo un feo pelo rizado de un color mustio. El peluquero siguió tirando hasta que empezó a salir un pelo vivo, reluciente. Y por ahí cortó. Arancha sintió un atisbo de alegría. El Peluquero repitió la operación cinco veces más. La cara de la joven fue cogiendo color y las arrugas de sus ojos fueron desapareciendo.

- Debes estar preparada. Ahora tendrás más fuerzas. No te espero por aquí hasta dentro de 11 años.

Y Arancha se marchó. Feliz. Tenía un brillante mañana por delante.
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