lunes, 25 de julio de 2011

De princesas, o no

Priscila paseaba por los campos del reinado mágico de Ponfenorte del que su padre era un honrado y querido rey. Priscila correteaba con su peinado de princesa sobre el que relucía una corona de princesa, con su vestido rosa de princesa, con sus relucientes zapatos de princesa y su belleza fascinante de princesa.
Sonreía e iluminaba a todo cuanto ella quería mientras correteaba por los campos. Por allí por donde pasaba brotaban florecillas que adornaban el mónotono verde frondoso de los campos. Se acercó al río, donde ocurrían las cosas más mágicas de todo el reinado, pues era donde iban a parar todos los sobrantes de las pociones del gran mago Lopulo, amigo y consejero del rey.
Allí se encontró con un enorme, feo y verde sapo que lucía una corona de príncipe. El sapo, en vez de croar, habló.

- ¡Vos sois la Princesa Priscila! ¡La más bella entre las bellas! Yo soy el Príncipe Carlo, me he visto atacado por el malévolo rey oscuro que pretende evitar nuestra boda con el objetivo de casar a su hijo contigo. ¡Si me besas se deshará el conjuro y podremos ser felices!

Y ella le besó, esperando a que una mágica transformación convirtiera a Carlo en el joven guapo que siempre había sido, pero no pasó nada. Simplemente un desagradable sabor a sapo feo y gordo se apoderó de su paladar. Priscila entró en cólera.

- ¡Me has engañado! ¡Maldito bicho asqueroso! ¡Eres un engañaprincesas y todo el poder de Lopulo recaerá sobre ti!

Todo se ensombreció, nubarrones negros aparecieron de la nada y las flores se convirtieron en zarzas con pinchos afilados, hasta que el sapo habló.

- Perdona, guapita, yo sí sé que soy un príncipe. ¡La que no debes ser princesa eres tú pues solo una princesa de verdad deshace el conjuro!

Priscila se quedó blanca. Primero le entró una gran duda y posteriormente un miedo terrible la invadió... ¿qué sería de ella si eso fuera cierto y todo el mundo descubriera que no era una princesa real, que no era la heredera? Ella no había sido capaz de deshacer el hechizo que únicamente una princesa real desharía. Solo había una criatura que lo sabía: el sapo.
Cogió al sapo y lo escondió bajo su capa con la determinación de que nadie lo encontrara.

- Te esconderé donde nadie te encuentre.
- No funcionará, todo mi reinado me está buscando.

"Tiene razón" pensó ella... "al final le encontrarán y me descubrirán", tras ese pensamiento se le cambió el gesto en la cara. Lo que era miedo se convirtió en seguridad, en apenas un segundo su traje rosa se convirtió en una túnica negra y comenzó a estrangular al sapo. El sapo gordo, feo y verde se fue volviendo azul, la lengua larga de sapo estaba fuera de la boca y los ojos casi desorbitados. Las uñas de Priscila crecían por momentos.

- Be... be... besa... ¡BÉSAME! - Fue lo último que pudo decir el sapo antes de exhalar su último aliento.

Ella se sorprendió al escuchar esa última palabra. El sapo yacía muerto. Se puso a llorar, no pudo evitar darle la última voluntad al sapo y le besó. Y la magia apareció y el sapo recobró vida, y se fue transformando poco a poco en el Príncipe Carlo, guapo, elegante, con su piel de príncipe y sus gestos de príncipe. Priscila, asombrada, seguía llorando.

- ¿Qué ha pasado?
- Hiciste lo necesario para ser la princesa.
- ¿Cómo es posible?
- ¿Cómo crees que nació el primer rey? No nació siendo el heredero de nada, simplemente hizo lo necesario para ser un rey.
- Si ha de ser así, no quiero ser princesa nunca más.