viernes, 24 de diciembre de 2010

Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad

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---- 24 de diciembre de 2010 ----

18:00 - Me pongo a envolver regalos.

20:10 - Se necesita completar el cupo de regalos y llenar la nevera.

20:15 - Paseo de 10 minutos al OpenCor.

20:30 - Compra de Chocolate, Naranjas, Colacao y un libro. Vuelta a casa.

21:15 - Cena en solitario en la cocina. Pan con queso. Polvorones. Ferrero Rocher. Plátano.

22:00 - La leche está pasada. Hay que comprar para que mis sobrinas puedan desayunar mañana.

22:05 - 0,6ºC Paseo de 10 minutos al OpenCor. Cerrado. Regreso a casa.

22:35 - Cojo el coche. Voy a la gasolinera más cercana. Cerrada.

22:50 - Llego a una gasolinera a unos 10km de casa. Me atiende un tipo gordo y entrañable que ha entrado una hora antes para que sus compañeros puedan cenar. Compro 3 litros de leche Pascual.

23:10 - -0,5ºC Llego a casa. Comento la jugada con mis padres. No puedo resistir a compartirlo con vosotros. He olvidado comprar los crucigramas.

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Esta noche es Nochebuena y mañana es Navidad.

Esta es una historia real.

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lunes, 20 de diciembre de 2010

Fiebre...

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Tragas, como intentando que nada te toque la garganta, pues el dolor de las anginas es angustioso. Intentas abrir los ojos, ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cuánto llevas durmiendo? ¿Cuánto llevas despierto? Miras la hora, 2 de la mañana. Tienes un sms, intentas responderlo aunque no se sabes si lo consigues. Es la hora de la pastilla, estiras el brazo, coges el antibiótico y pillas al azar uno de los cuatro vasos de agua que pueblan la mesilla. Justo vas a dar con el vacío, lo intentas posar de nuevo, se te resbala de la mano y casi cae, pero en un alarde de heroicidad consigues evitar que se desplome al suelo rompiéndose en mil trozos. Buscas a tientas otro de los vasos, esté sí parece tener algo dentro. Pesa, pesa muchísimo, la pastilla se está empezando a deshacer por el calor de la mano. Te la metes en la boca y haces llegar el recipiente a tu boca. Bebes generosamente, el agua alivia tu garganta. Te vuelves a desplomar en la cama, en las piernas tienes calor, en el tronco estás helado. Tiritas. Los ojos te duelen, parece que se quieren dar la vuelta, es como si alguien te los apretara. Intentas dormir, pero la sensación de plenitud de tu vejiga lo evita. Intentas extraer esa sensación pero no puedes. A oscuras te destapas. Hace frío, el sudor de las piernas se queda helado, sientes como si estuvieses en el polo. Tienes que llegar al baño. Consigues alzarte, el mareo se adueña de ti, te vas apoyando en muebles y mesas y sillas hasta que llegas al baño, el cuerpo te pesa sobre manera.

Deshaces el camino y te vuelves a meter en la cama, la humedad de tu cuerpo hace que se te peguen las sábanas que se han quedado heladas. Al cabo de unos instantes vuelve el calor en las piernas, pero el tronco sigue tiritando. Intentas volver a dormir pero no lo consigues, ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cuánto llevas durmiendo? ¿Cuánto llevas despierto? Miras la hora, 6 de la mañana, no quieres que pase el tiempo, y deseas que pase muy rápido. Vuelves a cerrar los ojos, ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cuánto llevas durmiendo? ¿Cuánto llevas despierto? Miras la hora, 8 de la mañana.

Es hora de intentar levantarse e ir al trabajo. La fiebre se ha apoderado lentamente de tu organismo. Te tomas la pastilla de nuevo. Vas hacia la ducha, hace frío. Te vistes, hace frío. Hace frío, hace frío, hace frío…
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jueves, 16 de diciembre de 2010

Perdido en la niebla

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Pasearon hasta que les dolieron los pies. El frío se colaba entre los recobecos de sus bufandas y no tenían más calor que el propio, y no tenían suficiente confianza como para ofrecérselo mutuamente.

La noche cayó como un manto negro y la niebla apareció de la nada, ahí estaban, escondidos del mundo. Solos, juntos. Ahí estaban conversando, compartiendo, viviendo. Ahí estaban sintiendo. Sonriendo. Ella irradiaba magia, él ofrecía sensatez.

Entre la noche y la niebla pasearon por el parque donde los árboles desnudos de follaje se veían obligados a resistir otro duro invierno más. Las hojas ofrecían un mero entretenimiento travieso para él, que las pateaba ofreciéndoselas a ella mientras hablaba de la vida, de inquietudes, de sensaciones. Ella hablaba de sueños, de vivencias, de futuros. Susurraban deseo.

Se quedaron callados.

Se miraron.

Se acercaron.

Una foto perfecta lucía de fondo en una situación perfecta. La sombra de un árbol, el reflejo en el agua, la luz de una luna disipada por la densidad de la niebla. Ya no hacía tanto frío. Ya no estaban solos, ni juntos. Ella ofreció sensatez, él se sintió mágico.

La foto nunca se hizo. El beso siempre quedó ahí, en el sueño, perdido en la niebla. Esperando a ser encontrado, de nuevo.
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martes, 14 de diciembre de 2010

La estela

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Lucía el sol, sin embargo, Francisco llevaba atada a su espalda una nube, como si fuera un niño con un globo. Francisco, charlatán y grotesco, egoísta y dicharachero, vivía su vida sin un futuro sin un porqué. Recién casado, acunaba a su primogénito ante la mirada atenta de Sandra, a la que consideraba al mismo tiempo su veleta y su ancla.

Había pasado sus escasos treinta años de vida viendo el puerto pesquero cada día, paseando a los Yanko, Rufo, Poncho, Bobo, Turco - cada uno de los perros que le acompañó en sus distintas etapas de su vida - por la enorme playa de más de cinco kilómetros, bañándose cada día en ese mar que alberga los mismos misterios que peligros.

Ahora faenaba en busca de peces para alimentar a los tres de la casa. Luchaba cada día contra las corrientes, contra el agua, contra el viento, contra el frío. Se curtía las manos con cada corte, con cada cabo, con cada amarre. A la vuelta de cada estancia en superficie móvil se hundía en las tabernas, en cerveza fría, en muslos calientes. Y después volvía a casa donde todo le parecía extraño, ya que en su casa se sentía como un extranjero.

Un día, como otro cualquiera, salió a pasear por la orilla. Se desnudó y dejó las botas sobre el montón de ropa. Se adentró en el mar y la nube que siempre le acompañaba se disipó. El mar le ofreció abrigo, su magia le encandiló. Hacía buen tiempo, el sol le golpeaba la espalda en cada brazada que daba. Seres místicos se acercaron mientras él nadaba desnudo hacia mar adentro. La estela que iba dejando se alejaba lentamente de la orilla haciendo que olvidase de dónde provenía.

Súbitamente Francisco tuvo miedo. El mar se embraveció y toda la magia se quedó en el engaño de una sirena. Miró alrededor, estaba solo. Únicamente había agua salada que junto con el sol le había producido cortes en la espalda, marcas que quedarían para siempre. Trató de nadar en sentido contrario, trató de encontrar su estela, trató de encontrar su veleta. Pero no encontró nada. Cuando estaba a punto de ahogarse vio el sol lucir en la lejanía. El sol calentaba directamente el tejado de su casa. Sandra lloraba la ausencia y Francisco tenía frío. Lo perdió todo. Malditas nubes de inconformismo.
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lunes, 6 de diciembre de 2010

El Peluquero

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No se podía estar más triste de lo que estaba Arancha. Vivía en un contínuo estado de preocupación, donde el "por los demás" se había convertido en su ley de vida. La enfermedad de su madre, que no quería curarse; la ineptitud de su hermano, un Ni-Ni aficionado al polvo blanco; el paro de su padre, con demasiada edad para encontrar otro trabajo; unos suegros demasiado metomentodo; y el haber tenido un hijo con síndrome de down, con los problemas que ello conllevaba, no ayudaba demasiado. Además, por si fuera poco, su marido era un ególatra que aportaba poco.

Una mañana, como otra cualquiera, Arancha cogió la agenda que tenía en la mano y revisó punto a punto lo que tenía que hacer. Hizo un cálculo mental del tiempo que pasaría en el coche y se sorprendió: "¡¡Esto es como ir a Bilbao!!". No podía más, necesitaba una mañana diferente y cambió el rumbo del enorme todoterreno de lujo y se fue a la peluquería.

- Te estaba esperando - Dijo un señor enjuto que lucía una atractiva perilla. Podría haber sido un bohemio francés, pero su tono de voz era dulce como el de los italianos.
- ¿Hola? ¿Me conoce? Pero... ¿Dónde están Carla, Lucía y Silvia?
- Hoy la atiendo yo. Me necesita. Siéntese. Llámeme Lucas.

Aunque como por norma general era desconfiada, algo le dijo que esta vez se dejara llevar y se sentó. Se dejó lavar el pelo, cortar, teñir y peinar. Estaba guapísima. Radiante.

- Vaya, me ha dejado estupenda.
- Acabamos de empezar no se impaciente - y Lucas cogió las tijeras de nuevo. Entre la recién tratada cabellera sacó un pelo torcido y raído. Tiró del mismo y siguió saliendo un feo pelo rizado de un color mustio. El peluquero siguió tirando hasta que empezó a salir un pelo vivo, reluciente. Y por ahí cortó. Arancha sintió un atisbo de alegría. El Peluquero repitió la operación cinco veces más. La cara de la joven fue cogiendo color y las arrugas de sus ojos fueron desapareciendo.

- Debes estar preparada. Ahora tendrás más fuerzas. No te espero por aquí hasta dentro de 11 años.

Y Arancha se marchó. Feliz. Tenía un brillante mañana por delante.
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martes, 30 de noviembre de 2010

Carlo y el sueño que nunca explicó

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A sus 16 años Carlo veía todo desde un punto de vista muy diferente al resto, entre otras cosas porque apenas medía metro treinta y observaba la realidad desde un plano “inferior”. Su delgadez se notaba con más ahínco en las rodillas huesudas que mal sostenían los apenas 35 kilos de niño. Era sorprendente su viva mirada, con los ojos siempre atentos, alerta, muchos le llamaban "ojos de loco" pero la mayoría de sus compañeros hacían más bromas de sus orejas de soplillo. Su padre siempre le obligaba a peinarse con la ralla a un lado, pero él, en cuanto éste se descuidaba, se lo enmarañaba de nuevo.

Entraba siempre triste a su clase y apenas hacía caso a los chistes y bromas que acontecían a su alrededor. Carlo deseaba salir de su mundo, se había dado cuenta del poco sentido de su existencia. Como el resto de sus compañeros suspiraba por Alicia, la flamante chica diez de su clase. Alicia presumía de sus labios carnosos, de su pelo rubio que parecía no terminar nunca, con sus vivos ojos azules nunca perdía detalle de nada, y sus buenas notas siempre contrastaban con las de Carlo al ir de corrido en la lista de apellidos, Alicia Castillo y Carlo Castro, Ca-ca… otro chiste más.

En ese trimestre le tocó estar sentado detrás de ella. Todo el día le venía el dulce olor que desprendía su pelo, su abrigo, su jersey azul de pico que siempre estaba impecable. Alicia cada día competía en llevar la falda más y más corta lo que hacía perder el sentido de todos los chicos del instituto, muchos de éstos se pegaban espejos a los zapatos para tratar de ver algo en algún supuesto desliz pero rara vez conseguían su triunfo.

Carlo no jugaba nunca con los compañeros de su curso, su descoordinación no le permitía jugar a ningún deporte y rara vez sacaba más de un suficiente en gimnasia. Solamente se le daban bien las matemáticas pero no era aplicado, siempre las entendía pero nunca hacía los deberes. Él no se daba cuenta pero andaba, sin darse cuenta, hacia un futuro desastroso.

No había probado el dulce sabor de los labios de una chica mientras que otros muchos de sus compañeros ya habían probado la dulzura de otros sabores más profundos. Sus complejos le hacían inseguro, siempre titubeaba y nunca tenía respuestas inteligentes, a pesar de que lo fuera.

Para él todo eran sumas, restas, ecuaciones, modelos… sin embargo sabría que no era un genio y tenía que convivir con ello. Le gustaba el ajedrez y en ocasiones soñaba con protagonizar los libros de Katherine Neville o Pérez Reverte.

Pasaba las noches colgado de su ordenador, chateando con gente, jugando online y creando personajes falsos que eran la antítesis de él mismo. Robaba fotos, hacía identidades, se inventaba anécdotas y siempre trataba de enamorar a extraños a base de una palabrería segura contraria a lo que era en realidad.

Su padre, que trabajaba como celador en un pabellón municipal, coleccionaba cada noche latas de cerveza a su alrededor y fruto de su descontrol con la bebida Carlo lucía de vez en cuando vendajes y puntos de sutura. Siempre decía que al menos no tenía una hermana porque a saber qué le hubiese hecho a ella. Su madre les abandonó hacía 11 años y él apenas la recordaba, ahora que empezaba a discurrir como un mayor, entendía el porqué de salir huyendo de Santa Eugenia 25, Bajo C. En ese lugar sus abuelos, antes de morir de un accidente, criaron a su padre y sus dos tíos, de los que no sabía nada desde que viajaron a Suecia. Esa noche se durmió con un sentimiento extraño.

El día comenzó como otro cualquiera, pero Carlo, sin embargo, decidió salirse de su ruta habitual. A toda velocidad tomó el camino de la Guardia Civil en vez de tirar hacia el instituto. Pedaleó como si estuviera cometiendo el peor de los crímenes y al acabar la calle de un caballito entró en el camino que llevaba al río. Descendió por el camino de arena sorteando piedras y raíces, estuvo a punto de ir al suelo varias veces pero con una destreza inusitada logró mantener el equilibrio, los ojos le lloraban por el viento en la cara y notaba pequeñas piedras golpeando sus manos. En la orilla paró a coger aire. Notaba el poder de su corazón bombeando nervios y miedo, sabía que le podía caer una buena paliza como se enteraran de que estaba escapando, sus piernas temblaban por el esfuerzo y sus manos por los nervios. La primera clase ya había comenzado. Miró el camino de vuelta y se dispuso a regresar, pero cometió el error de mirar a lo desconocido, y lo deseó.

Tres horas después seguía pedaleando, en sentido contrario a su vida. Había sorteado árboles, se había caído, sangraba por la rodilla, la ropa la tenía rasgada de engancharse con plantas, sus piernas le dolían como si nunca más las pudiera volver a utilizar… sin embargo era la persona más feliz del mundo.

Allí arriba, en lo alto de la colina, tenía todo el mundo para él. Solo necesitaba el valor de ir a cogerlo.
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lunes, 29 de noviembre de 2010

La primera nieve del invierno

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- ¡Está nevando! - Elvira corrió al balcón, abrió la ventana de par en par y se asomó. El frío gélido del exterior entró en la oficina y paralizó las manos de Oscar, que miró de reojo a la jovencísima compañera de trabajo que vestía leggins y botas con pompones.

Oscar se levantó y se acercó al enorme ventanal. Decenas de personas se acumulaban en las ventanas. Los más intrépidos sacaban las manos y notaban como los copos se posaban, como una pluma, en sus manos. Todos miraban hacia el cielo con cara atontada.

Oscar los miró a todos, niños, jóvenes, adultos, viejos, señores, mujeres, extranjeros... Todos se habían convertido en un único ser absorto por lo atípico. La nieve democratizó sentimientos y sensaciones.

Un grupo de chicos de unos 13 años pasó justo por debajo del balcón y Oscar pudo escuchar como el más intrépido, el que se había puesto un pendiente, decía.

- Esta tarde quedamos con bolsas de basura y nos tiramos por la cuesta del parque del oeste. - Después intentó acumular la leve capa de nieve que cubría un coche, pero la bola que salió era ridículamente pequeña. Aún así, ligeramente frustrado, se la tiró al más bajito del grupo, no le dio.

El manto blanco iba cubriendo todo poco a poco, tapando las miserias, las hojas, la suciedad, las colillas... Todo se iba volviendo tristemente igual.

Julián se escondió entre sus hombros y se apretó en el interior del enorme abrigo raído que llevaba, "el frío va a ser un enemigo duro este invierno" pensó mientras se frotaba las manos. Esperaba poder cobijarse en el calor de un cajero de La Caixa. "Putas Navidades", añadió.
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Las lágrimas de la oscuridad

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Estaba cansada. Se había despertado con esa sensación de vacío que dejan los malos sueños, las noches largas repletas de pensamientos en la oscuridad, pensamientos que no hacían más que divagar de aquí a allá entre cosas sin sentido. No recordaba qué había pasado por esa cabecita instantes atrás pero tenía la intranquilidad metida en el cuerpo, o mejor dicho clavada como una escarpia. Se giró y le encontró dormido plácidamente, abrazado a su almohada.

Desde hacía horas, días, semanas, meses… ¡qué sabía ella!

Desde hacía mucho tiempo sentía ceniza en la boca cada vez que él la buscaba, sentía el tacto de su mano como lija en su piel, sentía asco al abrazarle, y qué decir de cuando se dejaba llevar por un atisbo de pasión… sus cuerpos desnudos rozándose le producía frustración, humillación… Y lo peor de todo es que él ni se daba cuenta.

Él… él… él seguía su plan ajeno a lo que a ella le pasaba, y así continuaba día a día, noche a noche, llorando a escondidas, por el amor perdido, por un sentimiento de culpa que no sabía de dónde venía.

Lágrimas de la oscuridad…
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sábado, 27 de noviembre de 2010

Vota vota... la pelota en la jornada de reflexión

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Creo en el parlamento y en el senado, pero no creo en el sistema electoral de este país. Cierto es que la norma 1 persona - 1 voto debería ser lo más justo, pero también es cierto que eso relegaría a las ciudades menores al más oscuro de los ostracismos, también es cierto que el sistema actual va en favor de los partidos que hacen un búnquer en una región (y miran escandalosamente por sus propios objetivos) y no en aquellos que miran por el interés general del país. Dicho eso, y faltándome una reflexión acerca de este tema, hay mejores sistemas para elegir el partido que gobernase un pueblo, una región, una comunidad autónoma o el país.
Habría dos posibles modelos.

1- El partido más votado será el que gobierne.
Y esto debería ser inamovible y debería gobernar como si fuera en mayoría, y debería gobernar con la obligación de cumplir su programa con una ley de plazos. En caso de incumplir su programa o sus plazos la solución es sencilla: elecciones anticipadas.
Si a alguien le incomoda que un partido tenga tanto poder con minoría parlamentaria, que se pase a una segunda vuelta, un sistema más que consagrado en otros paises del mundo y que ha demostrado su eficacia.
El gran incoveniente de este sistema es que va en detrimento de los pequeños partidos que son minoritarios, que carecerían de sentido y acabarían desapareciendo. Es un sistema que favorece el bipartidismo.
Obviamente este sistema elimina los pactos post-elecciones, algo que el pueblo no vota y que es un grave caso de injusticia (produce cambios en los programas que el pueblo no vota), ya que además condiciona sobremanera a los partidos gobernantes.
En un sistema como este, la lista cerrada sí tiene sentido ya que se vota un paquete completo en el que confía el ciudadano.

2- Que se vote por Ministerios.
Cada partido puede optar a gobernar en una serie de temáticas (los apartados estarían por determinar pero serían principalmente los ministerios -aunque éstos sean variables: Sociedad, Interior, Seguridad, Sanidad, Exterior, Cultura, Educación...) y cada votante puede elegir en cada Tema la propuesta que le parezca más conveniente. Por tanto, se podría dar la circunstancia de que el parlamanto y el senado tengan una variedad política mucho mayor que produce más diálogo y consenso, y no obliga al votante a elegir un paquete, si no que puede elegir qué quiere que suceda en su país en cada Tema votado.

Utopía o no el caso es que la faunia política de este país produce un poco de vergüenza ajena, pocos se preocupan por el bienestar de todos, pocos se preocupan por el objetivo final, y algo habrá que hacer para cambiar esto y conseguir estar mejor encarados para el futuro.
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viernes, 26 de noviembre de 2010

El Corrector

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En el cenicero rebosaban las colillas de Lucky. Las cerillas se habían acabado y desde hacía horas Luis se veía obligado a empalmar un cigarrillo con otro, era demasiado orgulloso hasta para pedir fuego. La nube de tabaco inundaba su pequeño despacho de la redacción, el único lugar donde aún se podía fumar, y solamente él. Nunca nadie entraba, nadie se atrevía. Era el despacho de "El Corrector".

Luis había creado un pequeño búnquer de poder, era la mano derecha Marcos, el director del periódico, que, de tanto en tanto, le llamaba y le reunía con un redactor protestón ante los cambios que el despiadado corrector había realizado en su texto. Luis siempre argumentaba con precisión cada palabra cambiada, cada frase movida, cada artículo y cada preposición elegidos, cada coma. Sus correcciones eran perfectas, siempre. Y el texto se volvía carente de alma, perfecto, pero sin el alma que le había otorgado un redactor fantasioso, juguetón de palabras y sentidos. Luis se encargaba con su purismo de hacer un periódico plano y Marcos presumía un día tras otro de un periódico perfecto, sin una errata, el más vendido, y que además llenaba a partes iguales su bolsillo y su orgullo.

Pero un día todo cambió. Un imprevisto provocó que Marcos le pidiera a Luis que escribiera un artículo y esperaba algo perfecto. Luis buscó en su interior y no encontró nada. Nada que ofrecer, nada que escribir, líneas en blanco llenaron una página ilegible, incomprensible. Marcos ni lo leyó, esperó a que el éxito le llegase en la edición papel. Pero todo fueron fracasos ya que el texto defraudó.

Luis perdió credibilidad, perdió autoestima, perdió poder y al final acabó compartiendo su despacho con un becario y hasta acabó teniendo que salir a la calle a fumar.
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miércoles, 24 de noviembre de 2010

Fuera llora

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Los pensamientos se enquistan en alguna parte de mí, se agarran a la cara interna de mi piel y no tienen intención de salir. Engordan y evolucionan buscando mi desesperación, que pierda el autocontrol pero he de ser fuerte. Mis ojos cristalinos, vestidos con ojeras, miran hacia el exterior. Fuera llueve, perdón, llora. Las lágrimas surcan el cristal de la ventana del autobús. Soy ajeno a cualquier ruido que interfiera.
Soy ajeno a lo que pasa fuera, y dentro.
Soy ajeno.
No estoy.
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lunes, 22 de noviembre de 2010

Uve. I. Pe.

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Álvaro, distinguido profesor universitario, apagó el coche en el aparcamiento del cine un poco más lejos de la puerta de lo que a él le hubiera gustado. Ayudó a su esposa a cubrirse con un costoso abrigo que le regaló las navidades anteriores.

- Sabes cariño, he conseguido meter mi libro como lectura obligatoria en mis clases. – Álvaro comenzó la conversación con tono trivial.
- ¿Para qué alumnos, los de Ética o los de Filosofía? – Dijo interesada.
- De momento para los de filosofía, ya veremos más adelante. No quiero abusar del rector. – Y sacó sus dientes a relucir en una sonrisa forzada.
- Llevas las entradas, ¿no? – Dijo Adela entrando en el cine.
- Claro, las saqué por adelantado para no esperar la cola.- Una cola que no había.

“El Cholo” y Coque sacaron las entradas que les salieron más baratas utilizando un carnet universitario que nunca fue de ellos. Profesionales de la pillería, oportunistas de vocación, vivían siempre al borde la ley. Coque pasó una noche en el calabozo por tomar prestado un coche y sabía que no quería volver a entrar, pero “El Cholo” no era su mejor influencia.

En un descuido de un infeliz que fue al baño antes de ir a la sala, se hicieron con un cubo gigante de palomitas. Se sonrieron y entraron a ver el súper estreno de la semana. La sala estaba a medio llenar y se sentaron en uno de esos asientos VIP, más amplios, lejos de cualquier persona. La película estaba a punto de empezar.

- Disculpad, ¿tenéis entradas para estos asientos? – Le preguntó el profesor a los pillos.
- No, ¿por? Siéntate un poco más allá que va a empezar.- Respondió “El Cholo” con indiferencia.
- No, no. Creo que no lo entendéis. Si no habéis pagado estos asientos os tenéis que ir más atrás. Si no, llamo al revisor.
- Serás gilipoyas…

“El Cholo” se levantó desafiante, en un instante se le pasó por la cabeza ponerle el cubo de palomitas de sombrero al profesor pero su amigo le cogió del brazo, le calmó y le llevó una fila más atrás. Se sentaron detrás del profesor, para incordiar.

- ¿Qué les has dicho a esos chicos? – Preguntó Adela justo antes de comenzar los créditos de la película.
- Que sin entradas VIP no se podían sentar ahí.
- ¿Y a ti qué más te da dónde se sentaran?
- Estos asientos son más caros porque son mejores. Si quieren gozar de éste servicio que lo paguen, como nosotros.
- Pero cariño, esos asientos no los va a usar nadie. ¿No es mejor que alguien los aproveche?
- No Adela. Si no lo pagan no.

Álvaro salió fastidiado del cine tras haber tenido que aguantar justo detrás el ruido de las palomitas, “El Cholo” y Coque se colaron en otra sala e hicieron doblete.
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miércoles, 17 de noviembre de 2010

Vente a la mierda

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Vete a la mierda patético escribidor, filósofo de pacotilla que, cual rastrero cobarde, esconde su verdad tras un pseudónimo.
Vete a la mierda desalmado seguidor de fútbol que ríes las gracias de inéptos de la vida, desagradecidos de lo que les ofreces.
Vete a la mierda que te evades de tu vida en una nube de polvo blanco.
Vete a la mierda vitoreador de verónicas que muestras tu satisfacción con pañuelos blancos teñidos de sangre.
Veta a la mierda tú que eres celoso, y vete a la mierda con el que es infiel.
Vete a la mierda trabajador que permites que te exploten y que revientas el mercado.
Vete a la mierda Belén Esteban, y vete con Mercedes Milá y el resto de la faunia.
Vete a la mierda procurador de arte.
Vete a la mierda politicucho no preparado, hundidor de barcos. Y vete a la mierda con tu oposición que calla como las putas y no ofrece nada mejor a cambio.
Vete a la mierda fumador compulsivo que intoxicas los pulmones de tu vecino en una conversación de barra de bar.
Vete a la mierda rubia de bote con tetas falsas que eres incapaz de admitir tu realidad.
Vete a la mierda si eres el otro (la otra).
Vete a la mierda banquero, que obtienes beneficios con mi dinero y encima me cobras comisión.
Vete a la mierda conductor intransigente de pito fácil.
Vete a la mierda pateador de balones, individuo sin principios ni valores.
Vete a la mierda fetichista y coleccionista de piedras preciosas carentes de valor.
Vete a la mierda que no protestas ni mueves un dedo cuando la situación se vuelve insostenible.
Vete a la mierda lector de blogs en horario laboral.
Vete a la mierda vocalista de grupo llena estadios que te follas y desprecias a tus grupies.
Vete a la mierda que dejas que tu vida se pudra echando raices en un sillón frente a un televisor.
Vete a la mierda profesor fracasado que no enseñas nada más que tu frustración.
Vete a la mierda matador de toros, segador de vidas, despreciable héroe.
Vete a la mierda que escuchas los inmorales discursos de un cura que se relame pensando en su monaguillo en el "catre".
Vete a la mierda director de cadena de televisión mata-tiempos que aliena a mi sociedad hambrienta de lo que le ofreces.

Vete a la mierda si te has ofendido con algo de lo que has leído.

Vente a la mierda que aquí se está bien
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martes, 16 de noviembre de 2010

Último minuto de oficina

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Diego miró su llavero con preocupación mundana. El muñeco que siempre acompañaba a las llaves y un pendrive con música, películas porno y algunos documentos de trabajo, tenía una extraña cara de felicidad que en ese momento le atormentaba. Era una felicidad que parecía provenir de la más dura de las drogas.

- ¿Qué clase de existencia puede hacer que siempre te muestres igual de feliz? – Se preguntó retóricamente.

Recordó cuando en su infancia se había dejado evadir por algún que otro porro y como cuando de más mayor se había empolvado la nariz. Le entró curiosidad por el posible estado del muñeco que quedaba colgado del cuello cuando iba en coche.

- Probablemente se sentirá igual de risueño que yo en aquellas noches locas.- Se sonrió.

- Igual de feliz e igual de colgado.- Añadió a sus pensamientos.

Antes de marcharse echó un vistazo a las webs informativas en busca de un rayo de esperanza. Llevaba varios días leyendo diversas noticias que le habían ensombrecido el alma. Unos curas pederastas, una guerra injustificada, unos voluntarios asesinados en el extranjero, una catástrofe climática que había segado la vida de miles de personas… Ante ese panorama ser mileurista y tener que pagar multas por valor de ochocientos euros a pocas semanas de Naviadd fue lo que menos le preocupó. Miró la cartera con motivos de cómic, ni un billete.

- Igual va siendo hora de que madure. –

Pensó, y se rió al recordar que cuando todos sus amigos llevaban carteras de equipos de fútbol o dibujos animados él presumía con su billetero de cuero, también vacío de billetes.

- Paradójico cuanto menos. Igual va siendo hora de que madure como cuando tenía 15 años.-

Cerró el ordenador con desdén. La rutina le volvería a visitar doce horas después, cuando estaría de nuevo sentado en la silla que había soportado sus malolientes pedos furtivos durante los tres últimos años. Miró la silla con asco, miró la oficina con asco, y se percató de los feos cuadros que vestían las paredes. Olió el ambiente cargado por la calefacción, el humo del tabaco que sus compañeros fumaban cuando él se ausentaba y el fétido olor de aliento a borracho de un compañero que le gustaba el whisky post-comida pero que nunca había sabido controlar la medida.

Cogió su botella de Powerade y su mochila cargada de ropa deportiva. Tenía entrenamiento, como cada día. Se marchó sin más, escondiendo la sonrisa de su muñeco en el bolsillo y la puso en su cara. El día se había terminado, comenzaba la noche.
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jueves, 4 de noviembre de 2010

La relevancia de lo irrelevante. Nassim Haramein

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Nassim Haramein es un aficionado a multitud de campos que van desde la historia a la física, pasando por la geometría y las matemáticas pero todo siempre relacionado con la biología.
Es una de esas personas que nacieron preguntándose el porqué de las cosas y hoy lo siguen haciendo. A lo largo de sus 42 años de vida ha ido descubriendo, a base de teorías, numerosas irregularidades en nuestra historia, ideas y creencias y no duda en ponerlas de manifiesto en su "Teoría Unificada del todo".
Ha escrito y presentado teorías acerca de la deidad (en sus múltiples versiones), de Egipto, de Atlante, de las pirámides que poblan el mundo, de los extraterrestres...
Sorpresa la mía cuando el otro día busqué información acerca de su vida, carrera y obras en Wikipedia y en la gran enciclopedia habían borrado su contenido por irrelevante. Sin embargo, Wikipedia sí que tiene una página para cada personaje de Pokemon, Death Note o muchos otros teóricos que dicen cosas menos incómodas que lo que Hassim dice utilizando la lógica de la física y la ciencia que rigen nuestro planeta.

Web de las teorías de Nassim Haramein
Biografía en inglés de Nassim Haramein

Aquí dejo los enlaces de una conferencia que dio de ocho horas que a mi me ha servido más que todas las clases de historia y ciencia que he dado en el colegio.

Primera Parte
La primera parte de 25 videos Nassim nos habla de la expansión y contracción del universo, los agujeros negros dentro de cada entidad circular del universo, y la geometría del vacio al ir hacia la singularidad a base de 4 heptahedros abajo y otros 4 arriba forman un octaedro dentro de la esfera, al progresar se convierte en 64 heptaedros igual que 64 hexagramas del IChing o de codones del ADN y viéndolo también en la flor de la vida, encontrada encriptado con láser en Egipto. Habla de las técnicas craneales y es las deformaciones de los cráneos para imitar a los disoses o hijos del SOL.
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Segunda Parte
La segunda parte de otros 25 videos Nassim nos habla de la situación actual del sol y las anomalías que suceden alrededor del astro y una enorme cantidad de manchas solares. Meteoritos que parecen ser abolidos por el Sol y muchas cosas que parece que se nos están ocultando. También habla de que la palabra de Dios es un Tetragrama y que el Arca de la Alianza ha estado con nosotros y era un arma de luz de un poder incalculable, que si debía permanecer oculto hasta cierta evolución del ser humano.
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lunes, 1 de noviembre de 2010

Ya no quedan Don Quijotes

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Otean el horizonte con su arrogancia. Vigilan las carreteras, los valles, los montes, las nubes. Esquivan los rayos con su altanería soberbia. Miran el agua con recelo, el que serpentea los ríos y el que cae del cielo con su pesar.



Les hemos dado el poder de repoblar nuestros bosques y de comerse el viento. Donde un día había robles, encinas o pinos ahora hay acero y fibra de vidrio. Cortan el aire con sus espadas grandes como una cancha de baloncesto, ahuyentan a los pájaros y refugian conejos. Por la noche hablan entre ellos, con su código binario. Encienden y apagan la luz de su ojo que todo lo ve en un idioma incompresible para nosotros. Ellos esperan el momento para echar a andar e invadir nuestro sitio. Ese poder les hemos dado. Antes eran pequeñas familias, ahora son hordas. Un numeroso ejército.

Y no nos quedan Don Quijotes que nos salven. Que crucen la ancha Castilla en busca de su Dulcinea. Que a lomos de su Rocinante nos protejan de esta era del petróleo que nos consume. Ya no quedan Don Quijotes que nos salven de los gigantes…

Curiosa paradoja, y los gigantes hoy deberían ser los buenos.
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viernes, 22 de octubre de 2010

Pagafantas Afortunado

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El otro día me llamaron Pagafantas. Para los que no estén acostumbrados al término es una manera despectiva de llamar a un tío cursi, calzonazos o hacer burla de las maneras de expresión que un chico, que tiene devoción por su pareja, utiliza imitando terminologías típicas de niño de 15... bueno 10 años.

Pagafantas... el caso es que me dejó un poco trastocado, pero claro, caí rendido ante las evidencias. Sí, efectivamente empleo tonos de voz y terminologías de niño cuando hablo con Iris por teléfono y demás. Me gusta ser infantil en el amor y lo peor es que, a pesar lo que muchos puedan pensar, estoy orgulloso.

Estoy orgulloso de poder protagonizar el amor más tierno, dulce, sincero que se puede conocer. Estoy orgulloso de tener una pareja que vive intensamente, como yo, las relaciones personales y que encuentra luz en su compañero de viaje. Estoy orgulloso de poder regalar mis juegos y mis tonterías a una persona y que ésta los acepte. Estoy orgulloso de poder vivir fantasías en las que los personajes podrían haber salido de Disney. Estoy orgulloso de ser capaz de ilusionarme a base de detalles... "Apasionado con la vida que nos da calor" como dice una canción de cuyo título ahora no recuerdo el nombre. Así es como siempre soñaba que quería que fuese mi vida en pareja, con esa eterna infancia. Y así es.

Pero esto, como en todo, tiene que estar sujeto en algo, firme a ser posible, y en este caso no puedo ser más afortunado, pues los pilares de mis sentimientos son macizos como las columnas que soportan el peso de los sueños. A mi lado, de un modo que no alcanzo a concebir llegó, navegando en un barquito de cáscara de nuez, la persona más maravillosa que se puede conocer. Firme en sus convicciones, valiente en sus decisiones, cariñosa en sus acciones. Con un sentimiento de amor por todos los seres, entes y cosas de este mundo dificil de comprender. Con una responsabilidad por las cosas bien hechas, difil de cumplir. Con un sentido de la vida de la que todos deberíamos sentirnos envidiosos.

Iris llegó un día a mi vida, puso sus maletas de colores en mi interior y fue capaz de ordenar el caos que habita en mi interior, haciéndome mejor persona, potenciando mis virtudes, matizando mis defectos. Un día Iris fue capaz de hacerme feliz tras haberme recogido de un mundo de dolor en el que había roto a llorar de pena, de desilusión y de incomprensión. Ese día comprendí que cada minuto de mi vida lo debía pasar junto a ella porque yo, junto a Iris, me siento mejor y deseo superarme. En el mañana, seguiremos paseando de la mano y gritaremos al aire el amor que nos procesamos. Te quiero.



Además de lo magnífica persona, me ha demostrado que es una gran artista, y a las pruebas me remito. Gracias.


Uno de todo, por Iris Magro Rojo (22/10/10)
Puede que ya tenga edad suficiente como para estar desengañada de la vida, haberme ido convirtiendo en una cínica, curtiendo mi corazón. Y como para haber aprendido tres o cuatro cosas acerca del amor y del dolor que puede causar. Pero debo confesarte que dentro de mí aún vive una adolescente, inocente y optimista que cree en ese amor imposible. Tú también lo habrás sentido alguna vez, estoy segura de que si te esfuerzas aún podrás recordar los nervios recorriendo de punta a punta tu ser, haciendo que hasta el mundo parezca estremecerse. Y esa estúpida expresión de felicidad que nace de la nada.
Pues bien, a pesar del paso de los años, los desengaños y la madurez hoy te confieso que sigo escuchando canciones para niñas que hablan de amores infantiles, que sigo soñando cuando veo películas protagonizadas por quinceañeros enamorados y a riesgo de parecer una cursi, es un precio pequeño a pagar si puedo mantener viva esa sensación y no conozco modo más preciso de describirlo: sigo sintiendo mariposas en el estómago. Porque descubrí que un amor así es posible cuando te vi por primera vez y me sentí de nuevo como una niña, soñando con el día en que me dirigieras la palabra. Como el día en que me hiciste sonreír por primera vez y pensé que lo nuestro duraría siempre, aún cuando no había comenzado. Tú me demostraste que no había barrera que no pudiera superar el amor, igual que en esas estúpidas películas (ya te he dicho que me encantan). Y a pesar de que me advertiste que tú no lo eras, sigo teniendo la impresión de que el príncipe azul y los cuentos de hadas con final feliz existen.
Y sigo siendo tan ridícula como para que mi corazón de un salto cada vez que te ve aparecer en la distancia, tan niña como para perderme en tus preciosos ojos y sigo sintiéndome la más afortunada del mundo cuando me besas. Sé que ya no tengo edad para esto y que deberían llenarme otras cosas, así que no seas muy duro conmigo si te digo que mi cita perfecta sigue siendo en la que paseas por la calle conmigo de la mano y siento que proclamamos por primera vez nuestro amor.
Hoy escribo esta carta al mundo para darle esperanza, pues nunca creí que un amor así pudiera existir. Pues creí que la vida era gris y que los decorados coloridos de la niñez iban cayendo a medida que se cumplían años. Marchitando poco a poco las ilusiones, criando escepticismo a base de derrotas y que lo único que se mantenía era la vaga esperanza de hacerte algún día al menos con uno de todo aquello con lo que soñaste. Y mira por donde, llenaste mi mundo de color con tu amor adolescente y no tuve que conformarme con uno porque me hiciste ver que puedo tener todo con lo que soñé.


Y, por si fuera poco, en Septiembre de 2009 Iris me regaló esto...

jueves, 21 de octubre de 2010

La humildad del silencio

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Ayer no escribí.

No tenía nada relevante que contar, nada interesante que aportar a este ideario, a este compendio de reflexiones, de anécdotas, de imaginaciones. Me desgañité buscando algo en lo que escribir mientras me sentía presionado por los más de mil lectores que tengo en este blog que, quizá, esperabais algo. Lo intenté y cuando releí lo que iba a publicar pensé “vaya mierda” y le di a cancelar.

Sin embargo, a pesar de que sabía a la perfección que ayer ya no iba a poder poner en negro sobre blanco alguna de mis historietas, sabía de qué iba a escribir hoy. Sabía que quería expresar mi agradecimiento por el seguimiento y el interés a todos aquellos que mantienen el vivo este blog. Sabía que quería expresar que es una responsabilidad y una presión diaria plantarme frente al teclado. Y, también, sabía que quería mostrar mi más profundo rechazo a todos aquellos que con tal de sumar un 1 más en su casillero saturan el mundo de la comunicación con relleno de basura. Basura digerida, y muchas veces gustosamente, por una audiencia fiel y morbosa.

Lo vemos en la tele, en las radios, en los periódicos, en Internet… cada día vemos, tragamos y digerimos infectos rellenos vacíos de contenido y de interés. Ayer por la noche, me imaginé cómo algunos de mis lectores (o leedores según se me considere a mi escritor o escribidor) se metían en mi blog y buscaban mi actualización. Me imaginé diciéndoles “sal a jugar muchacho, sal a pasear al perro, date una vuelta con tu mujer, vete a ver a tu novio, tómate una caña… pero no pierdas el tiempo hoy aquí, que no tengo nada interesante que contar y el mundo está lleno de cosas maravillosas y este blog hoy no es una de ellas”.

Cierto es que esa reflexión me deja en una situación de debilidad ya que te tengo que volver a cautivar. Pero si ha de ser así, que así sea, pues lo conseguiré a base de aporrear este teclado.

Un viejo proverbio indú dice "cuando hables procura que tus palabras valgan algo más que el silencio"… he ahí la humildad de un silencio.
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martes, 19 de octubre de 2010

Las prisas de Raúl

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Raúl salía a la carrera del trabajo para ir a recoger a su madre, que se había ido a hacer una revisión médica. Antes de meterse en el coche encontró una receta de 40€ por sobrepasar el tiempo de estacionamiento. Vaya... ya no podía anular la denuncia. Arrancó el Renault Clio y salió a toda prisa. Antes de terminar la calle ya se había topado con el típico plasta que busca aparcamiento y, a pesar de que haya muchos, nunca se decide por ninguno. Le iba a hacer llegar tarde.

En la primera ocasión que tuvo se deshizo del pelmazo, rápido acelerón con giro a la derecha, pitó en señal de protesta y miró al conductor, un gordezuelo con el pelo grasiento. No lo vio. Una chaqueta verde rodó por el capó del Clio, un móvil salió volando, frenazo en las rayas del paso de cebra que hizo derrapar a su pequeño utilitario.

Cuando Raúl se bajó del coche Jorge yacía en el suelo. Se quedó aterrado durante un segundo que le pareció una eternidad hasta que Jorge se movió y se incorporó con la ayuda de una señora con el pelo cano y que portaba un enorme bolso. El chico se sacudió el polvo mientras se sujetaba el brazo.

- ¿Estás bien? Chico... ¿estás bien? - Jorge estaba desorientado y hacía caso omiso.
- ¿Cómo te encuentras?
- ¡Llamad a una ambulancia!

Jorge recopiló todos sus efectos personales ignorando las preguntas, la ayuda y la preocupación de los testigos. Cogió la bandolera que le habían regalado sus hermanas, recuperó el móvil por el que estaba hablando. Alzó la mirada, la tranquilidad de sus ojos azules calmaron a los presentes, sobre todo a Raúl que temblaba nervioso.

- Estoy bien, de verdad. No me ha pasado nada, solamente el golpe.- Afirmó con un suave hilo de voz.
- Chico, menos mal que has levantado las piernas y te has dejado caer sobre el capó. Si no, te mata.- Dijo un hombre calvo y extraordinariamente alto incriminando al conductor con una mirada fiera.

Cinco minutos después. Jorge caminaba calle arriba. Había decidido no esperar a la ambulancia, pues se encontraba bien. Tampoco habría denuncia. Una hora después llegó a casa mientras sus padres estaban en la cocina. Cuando les vio, dijo:

- No sabéis la experiencia que acabo de tener. Sin alarmismos, ¿eh?

Cuando terminó de contar su historia, su madre le abrazó como si acabara de nacer.
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Los libros de Laura

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Laura cogió el teléfono de la gran multinacional en la que trabajaba desde hacía dos años y tras poner su mejor voz y desviar la llamada al departamento en cuestión se fue a hacer unas copias de un documento importante que le había pedido su jefe. Odiaba hacer fotocopias. El ritmo monocorde de la máquina le angustiaba, como casi todos los demás ritmos, sonidos artificiales que enmascaraban la realidad.

De pequeña nunca soñó con ser una estrella de rock en un escenario para la que miles de personas habían pagado una cantidad excesiva de dinero por ir a ver. No cantaba en la ducha. Ni canturreaba entre sueños cuando dibujaba en su “bloc de la vida”. No gastaba su dinero en discos y la música que algún desaprensivo familiar le regalaba en navidades solía acabar en la papelera. Tampoco había descargado jamás una canción para su Ipod, entre otras cosas porque no tenía.

Se perdía con cualquier libro en el metro mientras veía a la gente absorta escuchar una vez tras otra canciones que ya habían escuchado miles de veces. Esa gente que no se detenía a escuchar los sonidos de un mundo que siempre algún trompetero o músico ambulante se encargaba de destrozar en el vagón o los pasillos. Desde siempre había odiado esos sonidos artificiales.

Con las uñas descascarilladas de colores siempre oscuros pasaba hoja tras hoja devorando sentimientos, sensaciones, sueños, ilusiones, temores… Cada libro lo guardaba primero en una estantería repleta, todos con fecha y una frase explicatoria, después en un archivo Excel en el que apuntaba título, autor, fecha de lectura y algún comentario y, posteriormente, los guardaba en su memoria donde recordaba las páginas que le habían marcado la vida y forjado su personalidad.

Cada vez que se sentía sola, asustada o débil, cuando su jefe le hacía insinuaciones, cuando su padre le chillaba demasiado, cuando era presa de los besos de algún desalmado en busca de sexo rápido, cuando veía a los incautos infelices escuchar música, o cuando se sentía enferma, deslizaba la mano en su mochila y acariciaba el lomo de su víctima. Ahí Laura siempre era la que mandaba y recuperaba su sonrisa.
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sábado, 16 de octubre de 2010

Sin saber cómo empezó

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- ¿Qué ha pasado? ¡Carolina! – Gritó Carlos subiendo la escalera a toda prisa.

Yacía en el suelo, en un charco. Se sujetaba la tripa con ambas manos y tenía los ojos hinchados de dolor y la frente sudorosa. Él puso una almohada bajo su cabeza, ella apenas sintió un leve alivio. El miedo y la preocupación eran superiores a la emoción y la alegría. El bebé estaba en camino, al igual que la ambulancia.

Carlos, nervioso en la sala de espera del hospital, paseaba de un lado al otro de la amplia y azulada estancia. Respiró hondo, no comprendía por qué tardaban, sus padres y sus suegros, tanto en llegar. Miró por la ventana, había empezado a nevar. Nunca tardaba tanto en llegar la nieve. Era un 12 de diciembre y por fin había encontrado el hijo que tanto había ansiado. Ya lo habían decidido, se llamaría Dante. Notó una mano en el hombro, se giró y vio los bondadosos ojos de su madre. La abrazó y lloró de alegría.

- ¿Cómo está?
- Parece que todo ha salido bien. Hemos llegado al hospital hace dos horas o así.
- Felicidades, ¡Papá! – Y se fundieron en un fuerte abrazo lleno de ilusiones, falsas ilusiones.

Apenas a unos kilómetros Lucas miró la pareja de ases que tenía entre las manos. As de picas y de corazones. Su suerte estaba cambiando y por fin podría darle una buena estocada a la mesa. Últimamente se había acostumbrado a perder, nunca grandes cantidades. Hoy era su día aunque no supiera que su hijo venía en camino proveniente de una aventura con una chica que había conocido en un curso de cocina. El marido por lo visto era un remilgado estirado con pocas dotes. Con ninguna dote más bien, salvo su fidelidad y devoción. Carolina quería marcha y habían mantenido el romance hasta que no pudo más con la presión. Casi se había olvidado de esa rubia pija. Casi.
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viernes, 15 de octubre de 2010

Hecho a mano

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El maestro carpintero tallaba con meticulosidad la madera de roble encargada. Estaba creando la bonita figura de un hechicero como los de antaño para la casa de un gran mago de Asturias, amigo suyo desde la infancia y que iba a conmemorar su 65 cumpleaños. Con mimo y con cuidado, lijaba asperezas y arreglaba detalles.

La pieza no era excesivamente grande y Joaquín ya tenía pensado dónde le aconsejaría a su amigo colocarla: en la encimera de mármol que brillaba sobre la chimenea. Su pieza de madera cobraría vida con los reflejos mientras otras maderas daban calor al hogar.

Como acostumbraba, había dejado hueco para un pequeño cajón donde iría el corazón de su figura. Joaquín había alcanzado una gran fama por ello, le regalaba un corazón de piedra roja a todas sus estatuas y, aunque nunca se viera, le había dado un punto de singularidad a sus obras que fue conocido en el mundo entero.

Ese fin de semana andaba su nieto Andrés trasteando por su taller, desordenando las herramientas y jugando con el serrín y los formones. Los padres del pequeño se habían ido de boda y, como siempre, los abuelos jubilados estaban dispuestos a cuidar al nieto que, a sus diez años, comenzaba a curiosear acerca del sentido de la vida.

- Abuelo Quini, ¿por qué le pones corazón a tus figuras?
- Bueno, para que tengan vida, alma y sentimientos. Así son más especiales.
- Sí, pero la madera que tallas ya está muerta, ¿no?
- Bueno, pido la madera para trabajarla y darle vida y hacer felices a muchas personas con las obras. Las figuras que hago cobran vida.
- Es decir que pides que maten un árbol para hacer una figura y le das vida con un corazón de piedra, ¿no?

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martes, 12 de octubre de 2010

Uno de todo

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Cristina paseaba su carro de la compra, armado con la necesaria moneda de 1€, contoneando sus orondas caderas y agarrando fuerte el bolso en el típico híper mercado que todo lo vende.

Iba llenando el carro, poco a poco, con cada una de las cosas apuntadas en la lista además de con algún que otro capricho de más. La espuma de afeitar de Juan, sus cuchillas y su desodorante. La crema facial y la anticelulitis. Fruta y verdura. Un paquete de bolsas de basura. Patatas fritas de diferentes sabores. Un paquete de salchichas, otro de bacon, otro de jamón. Limones amargos. Remolacha y cosas varias para hacer ensaladas. Un paquete en oferta de fuet Casa Tarradellas. Cebolla para poder llorar, ajos que espantan los malos espíritus. Un paquete de queso Caprice Des Dieux, otro de quesitos El Caserío, otro de Havarti. Un paquete de pechugas de pollo, otro de carne de cerdo y otro de ternera. Chocolate. Un pack de cepillos de dientes con su correspondiente pasta. Harina, azúcar, sal y arroz en paquetes de kilo, ¿por qué de kilo y no de medio o de dos kilos? Frutos secos en granel. Diversos productos de limpieza para lavar los males…

Mientras la cajera de mirada sombría pasaba desanimadamente cada objeto por el lector de código de barras, Cristina miró hacia los pasillos. Observó su gigante compra y miró, de nuevo, hacia los pasillos intentando recordar si lo tenía todo. Sí, había comprado uno de todo.

Una vez hubo pagado con su tarjeta Visa Oro, camino del coche, se preguntó porqué, con lo listo que era el ser humano, no se había conseguido hacer frascos mono dosis de felicidad, alegría, ilusión, esperanza, seguridad… Total, eran objetos igual de necesarios, o más, que los que ocupaban el maletero de su monovolumen familiar que no iba lleno de risas de niños y sí de bolsas.

Cuando llegó a casa abrió la puerta y, como cada día, le llenó esa sensación de abrir una ventana de una pequeña casa en una cala frente al mar, pero al revés. No respiró ilusión, alegría, esperanza o aventura. Sus pulmones se llenaron otra vez más del aire viciado por el dolor. Cerró la puerta y puso el candado de su jaula. Encendió la tele y buscó su canal maldito, que detestaba y al que se había convertido en adicta: Tele5.

Puso todas las bolsas fabricadas con fécula de patata en la encimera de la cocina y ordenó metódicamente cada objeto comprado en los diferentes armarios escondidos de la casa. Cuando terminó de ordenarlo todo descubrió la bolsa de color marrón mierda que no recordaba haber comprado pero que siempre acababa apareciendo. En su mueble interior ordenó también esos objetos: desilusión, amargura, incomprensión, tristeza, ignorancia, rechazo, inseguridad, soledad, resentimiento, presión, olvido, y soledad.

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viernes, 8 de octubre de 2010

Tu pijama

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Me abracé a tu pijama ayer noche, y no es una metáfora bella que da pie a imaginar un viaje entre lunas y estrellas en el que dos personas corpóreas disfrutan de un momento. No.

Me abracé a tu pijama en una cama fría, un simple pedazo de tela olvidado por ti en uno de esos viajes de ida y vuelta de mi lado. Un pijama cargado de olores, de sensaciones, de recuerdos. Un pijama que me despierta, que me mantiene en vela. Me abracé a tu pijama ayer noche y lloré tu ausencia, maldiciendo porque faltabas ahí dentro.

Me abracé a tu pijama ayer noche, que días o semanas o meses antes te había quitado con delicadeza y pasión. Ese pijama en el que habías levantado los brazos para que suavemente te acariciara y te descubriera bella, tersa. Que habías alzado la cadera para que te desposeyera de él, pasos previos a un millón de besos, a la dulzura de nuestra compañía en esa casa solitaria y fría en la que una única testigo, una perra color canela, dormía en una alfombra ante el calor de una chimenea.

Ma abracé a tu pijama ayer noche. Jamás será sólo un pijama.

jueves, 7 de octubre de 2010

Las gárgolas que se esperaban

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Después de un año desde aquel primer encuentro, las cosas habían cambiado. Ya no eran dos furtivos de la noche que quedaban por la red en busca de unas vacaciones a base de teclado y emoticono. Ya no utilizaban Internet como evasión a las penalidades de un mundo del que iban formando parte irremediablemente. Cada día, ambos, se convertían en oficinistas huraños y ególatras y, como si se tratara de gárgolas, cada noche se transformaban en unos seres capaces de lo mejor y de lo peor, con todo su poder y toda su fuerza. Con todo su amor, ese amor que a veces tanto duele porque como dice la canción “amar es solo el comienzo de amargura”. Pero esas gárgolas cada vez tenían menos tiempo para convertirse en lo que realmente eran y, fruto de la fuerza de la corriente de la vida que llevaban a veces, se olvidaban de su verdadero ser.

Durante un año, los tránsitos MAD-BCN se habían convertido parte de la costumbre de ambos. De Sants a Atocha , de Barajas a El Prat, de la espera en las tortugas leprosas a la espera en el caballo gigante y amorfo. Pero entre todo siempre brillaban ellos. Daba igual la multitud de gente que saliera del gusano metálico o del pájaro de latón, nunca se confundía y, a golpe de furtiva mirada, se encontraban entre los cuerpos y sombreros de la gente que se interponía entre ellos. Se fundían para convertirse en uno gracias a una simbiosis difícil de explicar. Todo recuperaba el sentido. Nada era comprable a ese momento. Cuando recuperaban lo que a cada uno les correspondía, cuando volvían a tener algo que no comprendían porque durante tanto tiempo les era negado.



Años después de ese primer beso se habían convertido en una pareja formal, con relaciones familiares, con aventuras comunes, con un millón de fotos en las que ambos eran protagonistas. Navidades, vacaciones, gatos y perros, verano, nieve, nuevos amigos, cambios de pelo, morenos, Torrelodones, peleas por una manta, Roma, confeti, quedarse dormido, sangría, camisetas de súper héroes, ropa, cines, Cullera, chocolate, Valencia, superhéroes, trenes del calor, guantes, calor o frío, lentillas y gafas, quemados de piel, restaurantes buenos y malos, Pisa, crema de playa, cámaras de fotos, paseos, Tossa, academias, Barcelona, peleas, Florencia, futbol, pasión, discusiones, Glorias, debates, juegos, kebab, dolor de pie, discoteca, principios metafísicos, rabia y chinchetas, compras, camas y sábanas, celos, empujones de colchón, el teatro, bares de mala muerte, teleférico, Madrid, coches…
Sin embargo había algo que era como al principio. Cada día se buscaban. En el móvil, en la red, en el cielo o en el horizonte, en el recuerdo, en una palabra, en un lugar. Siempre se buscaban y siempre se encontraban porque siempre estaban presente el uno en el otro. Pero después de cada encuentro volvían a su realidad con pena y pesar.

Las gárgolas ahora esperaban dormidas, aguardando desde las alturas con esa indiferencia de piedra. Se esperaban la una a la otra con la paciencia de las rocas milenarias hasta encontrar su momento.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Con la emoción de un niño gracias a Benjamin Lacombe

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Te recomiendan un tema y lo tomas con un poco de desidia, lo aparcas hasta que cuerpo y mente se preparan para abordar ese nuevo mundo inexplorado hasta que lo haces con la inocencia de un niño. Así descubrí yo a Benjamin Lacombe.

Y ahora no tengo más que emoción, prisa, ilusión, por devorar sus letras, envolverme en sus ilustraciones, avivar mis sueños con el fuego de esa melancolía que encierran las pasiones perdidas.

Los amantes Mariposa (2008)

Si has querido soñar, lee a Lacombe. Si has querido morir, lee a Lacombe. Si estás triste, lee a Lacombe. Si quieres ser una bruja, desde luego, lee a Lacombe. Si quieres pasar un buen rato, lee a Lacombe. Si estás enamorado lee a Lacombe. Porque el joven francés, con tan solo 26 años, está revolucionando nuestro ahora, nuestro pasado, y, posiblemente, nuestro futuro con una apuesta tierna y emocionante, dulce pero nostálgica, apasionada pero triste.

Cuando alguien le da una golosina a un niño grande éste la devorará sin paliativos, porque nunca perdemos esa emoción de ilusionarnos con los pequeños detalles, solamente dormimos esa capacidad y ahí está Benjamin para despertarnos a golpe de palabra y pincel.

Ahora, no puedo hacer más que presentaros a Benjamin Lacombe, que os tiende la mano para que recuperéis al niño que lleváis dentro. Disfrutadlo.

Entrevista a Benjamin Lacombe en NRV-TV


Pincha aquí para acceder a la web de Benjamin Lacombe.
Magnífica crónica de La Mecánica del Corazón

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martes, 5 de octubre de 2010

"Mi paracaidas" de Marwan

Le descubrí con una canción que se llama Lorena, después le fui siguiendo. Le vi en algún garito tocando en directo. Más adelante le contacté por el Facebook y accedió a una entrevista en Muévete a tu bola en la que se marcó un directo cantándole a su madre... acaba de estrenar nuevo video.



¡Larga vida a Marwan!


Otros videos. El Chandal

Los 4 sentidos

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La vida a veces es mucho más sencilla de lo que nos parece y una supuesta traba muchas veces se convierte en oportunidad...

viernes, 1 de octubre de 2010

El final de Santiago "El Bulldog"

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El viento cerró la puerta de golpe y los pequeños cuadros que vestían el pasillo se estremecieron en un curioso baile de péndulo. Santi notó la ráfaga de aire pero, por su sordera, no pudo escuchar el violento golpe. Se dio la vuelta calmado y dio un paso atrás alarmado. Se encontró cara a cara con su asesino que estaba en tensión por el susto que se había llevado tras el portazo, llevaba una pistola con silenciador. Se miraron, Santi puso su mirada más desafiante, Carlos sostenía el arma temblando y antes de darse cuenta notó como el puño de Santi le quebraba la mandíbula y le hacía caer hacia atrás. Un disparo, dos disparos, tres disparos y al golpear el suelo la pistola salió volando hasta dar con el rodapié y quedar tumbada, caliente y humeante.

Con la cara deformada por el puñetazo del gigante, Carlos se incorporó y vio a Santi en el suelo agonizando, sangrando copiosamente por el cuello. Pudo ver como los movimientos de Santiago “El Bulldog” se convertían en pequeños temblores, hasta quedar el cuerpo inerte. El trabajo estaba hecho.

martes, 28 de septiembre de 2010

Cristal, la rosa y la mariposa

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Cristal no era una elfa al uso. A parte de ser espectacularmente bella tenía la habilidad extraordinaria de potenciar los sentimientos de las personas que le rodeaban. Cuando ella estaba feliz contagiaba a los de su alrededor, cuando ella estaba triste todos se ensombrecían, y cuando ella estaba distante todo el mundo miraba con recelo. Pero estos efectos solo se hacían ver en las personas, elfos, magos y enanos.

Un día, normal como otro cualquiera de los doce millones de días que ya había vivido Cristal, vagaba por sus bosques poblados de abetos, cedros, robles, tulipanes y champiñones cuando entre la espesura encontró una roja, fresca, húmeda y centelleante rosa. La flor reinaba en un claro del bosque. Estaba sola, indefensa ante la perversión de cualquier animal deseoso. El sol la castigaba con sus rayos produciendo resplandores por todo el rondo de árboles que la custodiaban.

Se acercó a ella pero al ir a cogerla con la mano derecha notó punzadas en la izquierda, y la sangre comenzó a manar de las yagas que se habían producido mágicamente. Miró a la rosa y ésta le devolvió la mirada. Sintió como una voz le dijo “no lo intentes, no lo vas a conseguir”. Cristal, asombrada, miró alrededor incrédula por lo acontecido, sintió una punzada de indignación ya que ella era sabedora de sus poderes mágicos y no se iba a ver derrotada por una planta. Los árboles dormían pero parecían estar alerta. Volvió a mirar a la flor, ésta se mostraba inerte y sin embargo derrochaba vida.

Volvió a acercar su mano, y esta vez notó las punzadas en la derecha, viendo como de las yemas de los dedos otra vez nacían puntitos de sangre apeló a un hechizo aleteando los brazos. Al lanzar el rayo la flor súbitamente dio un salto y esquivó el hechizo.



Una mariposa, que había sido testigo de todo lo acontecido, voló hasta posarse en los pétalos de la flor. Se hundió en su interior y salió llena de energía aleteando enérgicamente y haciendo piruetas en el aire. Cristal, asombrada al ver la reacción de la flor sobre el animal, se sentó al lado de la rosa y comenzó a juguetear con su larga y rubia melena, pensando en el truco y milagro de la flor y el medio de hacerse con ella. La mariposa se posó sobre su rodilla doblada y miró a la elfa que entre susurros y murmullos comenzó a escuchar consejos para poder acercarse a la supuestamente indefensa plantita deseada.

Cristal cerró los ojos y pensando “no te voy a hacer daño, solo te quiero acariciar” consiguió rozar uno de los pétalos rojos pero al ir a coger la flor otra vez sintió las punzadas. Ahora le recorrieron todo el cuerpo y exclamó “¡Maldita seas Rosa!”

La mariposa, que con el estruendo había echado a volar, se posó nuevamente en Cristal, esta vez sobre su hombro, y le volvió a susurrar consejos y secretos.

Cristal desistió, miró a la rosa, mágica, feliz, viva, plena, radiante… y se vio a si misma, desdichada e incomprendida. A pesar de que su inmortalidad le facilitaba todo el tiempo del mundo, ella no quiso gastarlo en una estúpida flor por muy rara y mágica que fuera. Se marchó, se alejó, olvidando la flor, la mariposa y la magia, sin saber que algún día, esa rosa volvería a ella y se quedarían juntos para siempre. Pero ésa, es otra historia.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Terminar de leer un libro

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“En la maleta, Sombra dormía. Acerqué una mano para acariciarle. Abrió un ojo verde, e impasible me miró un instante y volvió a cerrarlo”. Así termina el libro que me he terminado esta mañana camino de la oficina. Un libro cuya escueta primera frase “Era noviembre” no intuía nada demasiado trepidante. Y sin embargo es un libro que habla de familias, de vínculos, de gemelas, de pérdidas, de descubrimientos, de libros... Recomiendo El Cuento Número Trece de Diane Setterfield a todo el mundo salvo a mi hermana que está embarazada, curiosamente de gemelos.

Es una sensación extraña. Te terminas un libro y luego… ¿qué? Has estado tres, cinco, diez días o incluso semanas con ese bloque de letras pegado al cuerpo. En la mente transcurren tus propias historias y además una inventada por otra persona que ha puesto a tu disposición supuestamente para tu disfrute, pero la mayoría de las veces los libros se sufren, porque el escritor abusa del lado humano que es lo que nos apega a ese maldito compendio de ideas que llevamos bajo el brazo y nos roba nuestra vida aunque sea por unos instantes. Hay quién dice que no te puedes enamorar de un conocido en una noche, o de Internet y sin embargo todos creemos que nos podemos enamorar de un personaje de un libro. Curiosa paradoja.



Lo que queda es soledad. Cierras la última página, buscas a ver si hay más, si hay una página secreta, una página infinita que te responda a todas las preguntas que a todos los lectores nos surgen al terminar un libro, pero no está. Nunca está. A veces resulta que hay continuaciones, sagas, pero no es lo mismo. La sensación de tener que abandonarlo en una estantería es cruel. Ha sido tu compañero durante varias jornadas, has visto como ha ido ensuciándose los bordes de las hojas, como avanzaba el marcador en una lucha por llegar al final y curiosamente cuando te lo terminas, estás triste por no poder continuar. Intentas aplacar esa tristeza cogiendo otro, comprando otro, pero no es lo mismo. Arrastramos la tristeza de cada libro que nos leemos en nuestro interior, es algo tan cierto como la vida misma.

Aún así me encanta leer. Se puede leer en cualquier parte, en cualquier situación, me encanta coger un libro y devorarlo, analizarlo, ir de adelante a atrás, repasar páginas, apuntarme frases, leer en momentos prohibidos… pero detesto la sensación de desazón al terminarme un libro y la tristeza que ello conlleva. Ése ya lo has desvelado y lo tienes que abandonar en una biblioteca que crece mes a mes, con los otros, solitarios, haciéndose una vaga compañía. Como Sombra, de vez en cuando abren un ojo y lo vuelven a cerrar.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Dolor para hacer daño

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Cuando no era una cosa era otra. Necesitaba un motivo para estar triste, oscuro, amargado, melancólico… Llevaban 15 días lloviéndole buenas noticias, un buen recuerdo, un trabajo bien hecho, una enfermedad superada, una sonrisa recuperada, una amistad resurgida… y, mientras las duran eran más duras que nunca, la tenía a ella, incansable, a su lado. Ahora que el viento soplaba en contra dirección lo pagaba injustamente, otra vez más, con ella.

Con su aguijón lanzaba su veneno a donde más dolía. Ella se despidió, no para siempre, solo por un rato, porque a fin de cuentas era demasiado buena, demasiado bondadosa, demasiado tonta como para mandarle a la mierda, cosa que debería haber hecho hacía mucho tiempo. Él se quedó en un absurdo duermevela, un sentimiento de culpabilidad comenzó a brotar cuando pudo sentir un instante de distancia. Y no de distancia física a la que malamente se acostumbraba, era algo más.

Se frenó, miró hacia atrás, analizó la situación y reculó. Mil perdones sin un porqué. Ella, otra vez incansable, perdonó. Jamás ha merecido a su musa

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El Barrendero

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Estaban poniendo las luces de Torrelodones y barriendo sus calles. Uno de los barrenderos era singular, especial. Lucía una poblada barba canosa que tapaba una cara delgada y curtida, una coleta y una gorra de lana ante la lluvia incesante. Su chubasquero amarillo y verde evitaba que el agua se le colara hacia dentro, donde la piel contaba su historia a base de cicatrices. En una oreja un pinganillo blanco para escuchar música, supuse, la otra liberada para poder oír a sus compañeros, supuse de nuevo. Estaba muy equivocado.

El barrendero era extremadamente meticuloso, no se dejaba un papel, ni una colilla, ni una hoja caída de un árbol que pierde su vestido por el caprichoso otoño. Le vi desandar su camino varias veces por los vaivenes de un viento inestable para recoger sus fechorías. Con alegría sostenía el escobón. No barría, peinaba. Después posaba el recogedor y aplicaba el cepillo con mimo. Si se caía algo lo volvía a recoger. Lo que hacía con la calle se parecía a cuidar a un enfermo. Presa de mi curiosidad seguí mirándole, hasta que su destino le trajo a mi lado. Me vio y me sonrió “Buenos días caballero”, en un tono humilde y alegre, usó la palabra caballero que tanto me gusta. Fruto de mi fascinación no pude hacer más que responder “Buenos días, ojalá todo el mundo trabajara como usted, estaríamos en mejores manos todos, se lo aseguro”. Se paró a mi lado, se quitó el pinganillo de la oreja y por los sonidos pude averiguar que escuchaba las noticias y no música, lo cual me volvió a alegrar. “Esto es solamente un trabajo, pero… ¿qué nos queda si no lo hacemos lo mejor que podamos? Soy esa clase de persona que es feliz con lo que hace”, me quedé esperando a que prosiguiera, mi intuición me dijo que por una vez debía callar, y así lo hice. En silencio, sonriendo los dos, pasó al menos un minuto, ambos mirando la calle, los coches, la gente… “Soy licenciado en Bellas Artes, pero no podía seguir pintando pensando en el dinero y en comer, y en casas y en coches y en hipotecas. Ahora pinto para mi, me guardo mis cuadros, y cuando me llaman hago exposiciones y a veces vendo, otras no, pero me da igual, la pintura es mi vida, barrer es un trabajo y cuidar de las calles es una devoción”.

Ahí estaba el secreto.

Con mi silencio y admiración le invité a proseguir su historia, mientras en mi mente apareció la película La Leyenda de Bagger Vance cuando Matt Damon le dice al niño, hay gente que se ha declarado en bancarrota, tu padre le ha hecho frente a la vida con una escoba y eso merece respeto y admiración.

El silencio se rompió, “hay gente que considera este trabajo indigno, para mi es una responsabilidad, y hay que hacerlo con alegría. Evidentemente preferiría estar en un despacho decorado con mis cuadros y tener cinco ceros más en mi cuenta corriente. Pero para mí esto es una oportunidad de ver el mundo que tenemos bajo los pies, y a veces encuentro la imagen que busco. Aunque no tenga una creencia fija, soy muy espiritual”. Sacó una pequeña cámara de fotos del bolsillo y me pidió permiso para fotografiar mis zapatillas, que esquivaban estratégicamente un papel de helado y otro de chupachups. “Igual esas zapatillas son las protagonistas de mi próximo cuadro”.

A él le tocaba seguir escuchando la radio con un oído y el mundo con el otro. A mi subirme a un bus que me ha traído a este ordenador para escribir esta historia. No se si mis zapatillas serán protagonistas de algún cuadro, sé que este hombre aparecerá en alguno de mis escritos. Seguro.

(16 mayo 2008)

martes, 21 de septiembre de 2010

Ocurrió en el metro

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Diego entró en el metro en esa hora en la que un caprichoso cierra el telón de la noche y abre el del día. La luz comenzaba a brotar en un día de primavera que se presuponía extremadamente caluroso. Con los ojos hinchados del sueño se arregló la corbata al cuello y se estiró la camisa. La chaqueta reposaba sobre la cartera apoyada estratégicamente entre sus pies. No tenía sitio para sentarse y se quedó de pie, cerca de la puerta, agarrado a la barra que cuelga sobre las cabezas. Hizo el planning del día entre bostezos.

Por primera vez en el día abrió los ojos para mirar alrededor. El metro estaba lleno de curritos como él. Algunos aprovechaban para echar la última cabezadita, otros leían prensa gratuita, algún intrépido se atrevía con alguna novelita. En dos estaciones el vagón se llenó de estudiantes. Gente agobiada, hablando de exámenes, preparando chuletas y repasando apuntes. Una chica de unos veinte años se puso a su lado. Cuando se agarró de la barra sus dedos se rozaron. Él la miró, a ella se le cerraban los ojos. Era una chica absolutamente normal. Vaqueros y camiseta, carpeta de la complutense, zapatillas viejas y cómodas, un pañuelo al cuello, media melena castaña clara y unos ojos marrones que se vencían por el sueño. La observó en el tiempo en que se pasa de una parada a otra, ella ni se percató de la existencia de él, bastante tenía con mantener la verticalidad.

Una nueva hondada de gente le colocó a él en una situación comprometida. Frente a frente, a escasos centímetros de ella, sus cuerpos de tanto en tanto chocaban por los vaivenes del gusano metálico. Él trataba de evitar el contacto y cuando la miró, sintió sus ojos penetrantes directos hacia él. Puso cara de culpabilidad, de sentirse avergonzado, pero poco podía hacer para evitar la comprometida situación. Sus caras estaban a un gesto de encontrarse. Él, con una media sonrisa apartó la mirada y ella sonrió y movió los hombros con el gesto de “qué se le va a hacer”. Él lanzó un suspiro de alivio y ella sonrió. Diego trató de devolver la mejor de sus sonrisas, pero fue tan forzado que resultó torpe.

Siguiente parada y frenazo brusco del metro. Él se asió con fuerza a la barra y ella se tuvo que apoyar por completo en él. Las puertas se abrieron y el vagón se vació casi por completo. Ella alzó la mirada, hacia la barra, hacia las manos. Él siguió su mirada y se encontró su mano, que había cobrado vida propia, estrechando la de ella contra la barra.

Se alteró, apartó la mano, al echarse para atrás tropezó con su propia cartera y pisó su chaqueta manchándola con el típico polvo de suela de zapato de madera. Al verse tan ridículo la miró. Echaron a reír. Rieron cómplices durante una parada más, de tanto en tanto intercambiaban miradas acompañadas de sonrisas. Ella se dirigió a las puertas. Al abrirse éstas se giró y le lanzó una sonrisa con un gesto que podría ser similar a “que tengas un buen día, ha sido divertido” o bien podría haber sido “sal e invítame a café” o incluso “qué idiota…”.

Las puertas se cerraron, él se acercó a los cristales de las puertas y la vio caminar. Ella le encontró a él, solo en un vagón, encaramado al cristal. Le saludó con la mano, él devolvió el saludo con una rápida desesperación. Se adentró en la negrura.

En ningún momento hubo deseo, ni la imaginación voló, ni tan siquiera una insinuación, simplemente compartieron un instante inocentemente alegre.
Ocurrió en el metro.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Olor...

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Te despiertas con un sobresalto, ese aroma te ha llegado.

Buscas entre las sábanas, oliendo cada centímetro, en la manta, en la colcha, en la almohada. Cuando ya empiezas a perder la esperanza y crees que provenía de la dulce sensación de un sueño paranoico, lo localizas. Una pequeña esquina de la almohada es la culpable. Hace pocos días en esa esquina reposaba su cabello moreno, sus ojos cerrados, sus labios carnosos, su cuello terso, su cuerpo esbelto... paz. Lo que tenías con su presencia a tu lado era paz.

Perturbado tu descanso, te abrazas al trozo de tela sin darte cuenta que te abrazas a la ausencia. Lo que ahora es frío y solitario hace no tantos días era calor y ternura. Lo que ahora es amargura hace no tanto fue el hogar del amor y la pasión. Miras el móvil. Sonríes al saber que hoy serás tú quien mande el primer “te quiero” del día.

Con el conocimiento de que lo bueno regresará para cargar de nuevo las pilas de la relación, te vistes con el objetivo de pasar de la mejor manera posible el día que te viene por delante. Sobrevives con el único objetivo de volver a gozar de esos momentos que de verdad le dan sentido a tu existencia en este mundo de mierda, de egoísmos, de guerras, de maldades, de presión, de responsabilidad, de agobio, de ruido, de soledad, de eterna soledad.

Pero cuando esté de nuevo aquí todo será diferente, todo tendrá color.

Qué difícil es vivir en la distancia.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Vuelve...

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Raúl se miró al espejo en esa mañana de martes apagado. “Los martes son una mierda” pensó, y tenía razón porque no tienes la excusa de que acaba de terminar el finde pero te queda toda la semana de curro y stress por delante, además como los lunes no se suele hacer nada se te ha acumulado el trabajo. Aunque en verdad a él no le afectaba demasiado, no era el típico currito por lo que no se tenía que preocupar demasiado por el trabajo.

Tras salir de la ducha se afeitó y se miró al espejo. Sus 41 años estaban muy bien lucidos. Estaba en forma fruto del gimnasio, la piscina, la bici y una dieta bastante estricta en la que no tomaba pan ni cerveza y no mezclaba patatas con frituras, siempre algo de ensalada y la comida entrehoras se solía basar en fruta y las bebidas siempre light. Las gafas y el pelo canoso le daban un aire intelectual qué trataba de fomentar con una excelente selección de palabras cada vez que hablaba. Vestía a la última moda y tenía un coche caro en el garaje, que solo lo paseaba cuando quería fardar, él prefería el otro, un Smart, sobre todo por lo de aparcar. Era asquerosamente perfecto.

Raúl bajó en el ascensor de la Gran Vía 57 madrileña, en el corazón de la ciudad, donde había heredado la casa en la que había crecido, además de todos los negocios familiares, y salió a la calle. Hoy iría andando con su aire de ejecutivo alternativo y archiforrado, pero llevado con una actitud natural e incluso algo humilde.

Se dio cuenta de lo rápido que había pasado el tiempo. Ya era primavera otra vez. Las chicas volvían a sacar a pasear sus cuerpos y las ropas cada vez iban siendo más pequeñas. El calor cumplía su función y comenzaba la etapa del destape. Chicas, chicas y más chicas… No tenía ojos para otra cosa.

Súbitamente se sintió solo. Hacía más de un año que Alicia había abandonado su piso sin ni si quiera dejar una nota. Ya no volvió a coger el teléfono, ni contestó a los mails. Él único recuerdo además de las fotos que le quedaban fue el pintalabios que había olvidado en el baño, que se le debió haber caído. Él lo guardaba en la mesilla, era su gran tesoro.

La echaba de menos. Cada vez que llevaba una conquista a casa y la agasajaba con champán la recordaba, cada vez que encendía la minicadena la echaba de menos, cada vez que veía una película en el sofá la echaba de menos, cada vez que salía al teatro la echaba de menos, cada vez que ponía las noticias de la mañana la echaba de menos… había pasado un año desde su huída. En ese tiempo el dolor fue creciendo exponencialmente. Alicia, una chica normal, no era una de sus típicas modelos, ni actrices. Era su Alicia, la única que fue capaz de instalarse en su vida y no solo en su casa. Alicia, inteligente, trabajadora, morena, elegante, sexy, divertida, habladora… Del mismo modo que llegó se fue llevándose 8 años de todo y robándole, a posteriori, un año de sueño. Era su Alicia, la que hizo de su vida el país de las maravillas…

“Vuelve” pensó. Cogió el teléfono y la llamó. No contestó nadie. Nunca contestaban, pero el teléfono seguía sonando… “Vuelve por favor”

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Olga... ¿qué hiciste?

Mientras se subía la cremallera de la falda, una lágrima le fulminó en la conciencia.

Miró las sábanas revueltas fruto de un error inconfesable y le vió ahí tumbado, con una extraña paz, como la de un cuerpo varado en playa, traído por la marea. Comenzó a pensar, y se dió cuenta de que lo que había sido una rutinaria monotonía durante muchos años ese día se había desencadenado con los ingredientes de la emoción, pasión e intriga, una fórmula irresistible. Sin embargo aquella era una historia olvidada hacía años, superada. Al menos eso creían los dos.

Todo comenzó con un mensaje inocente de él, curioso por los avatares de la vida de un examor de la juventud. Habían pasado más de quince años y la respuesta se confundió entre un "¿y tú qué tal?" y "¿por dónde andas ahora?". La sorpresa de la cercanía les conmocionó. En menos de una hora ya tomaban café juntos, a Olga no le había dado tiempo ni a mentir piadosamente al pobre Raúl, que tenía turno de noche.

Los recuerdos hicieron florecer color donde antes había ceniza. Daban sentido a ese oscuro atardecer de febrero en un Burgos cubierto por una nieve que bien podría ser algodón de azucar. Primero caminaron separados, después el frío les juntó y no se dieron cuenta de cómo había llegado ese primer beso que inició la serie inevitable de hechos.

Ahora corrían lágrimas.

Lágrimas.

Lágrimas y dudas. ¿Se lo debía contar a Raúl?

miércoles, 11 de agosto de 2010

Y la peonza seguirá girando

No sé lo que tiene que hacer Leonardo DiCaprio para demostrar su valía, encontrar el reconocimiento y conseguir quitarse la eterna vitola que le colgaron las miles de quinceañeras que se enamoraron de él en películas como Titanic, Romeo y Julieta o El hombre de la máscara de hierro. Los amantes del buen cine encontraron un niño prodigio allá por los jóvenes 90 y les fue arrebatado por esa industria que le dio a las quinceañeras lo que ansiaban, el chico guapo. Esta absurda industria dejó al actor guardado hasta que el amor platónico se hizo mayor, a pesar de que su primer gran papel fue en una peli de culto, Vida de este chico (con tan solo 17 años) y su primera nominación al Oscar fue haciendo de joven discapacitado mental (en 1992). Durante más de quince años Leo hizo papeles de escaso valor para los amantes del cine, hasta que regresó en el excéntrico papel de El Aviador 2004), con la que consiguió su segunda nominación a la estatuilla de Hollywood, y la tercera no tardó en llegar (en 2006) con el brillante papel en Diamante de Sangre.

Se ve que en los últimos años por fin Hollywood ha decidido darle a DiCaprio la oportunidad de mostrarse como lo que es y siempre ha soñado ser, un actor de culto con capacidad sobrada para hacer complejos papeles de personajes de doble personalidad, de persona atormentada, de ligón empedernido, de sofisticado timador, de policía infiltrado, de asesino involuntario o de ladrón de sueños. En apenas doce meses me ha sobrecogido en dos películas con un sorprendente final como son Shutter Island (de Martin Scorsese), en la que encarna a un policía encargado de descubrir un crimen en una extraña isla pero en la que acaba encontrándose a sí mismo, y hoy he visto El Origen, en la que protagoniza un complejo filme que aborda el complicado mundo de los sueños y en cómo sería ese mundo en el que fuéramos capaces de entrar e influir en los sueños de otros.

No pude evitar recordar Nivel 13 en la primera escena de la película en la que un intruso se cuela en el sueño de un sueño de un magnate japonés. A partir de ahí todo fue a más y mejor. Acción, nuevas visiones abstractas del mundo, un reparto de lujo con una de las actrices que más me gusta del momento, una apuesta arriesgada la de Nolan, explorando un mundo peligroso y que no muchos se han atrevido a tocar. Tampoco pude evitar recordar Shutter Island en el desenlace del filme, sin embargo de eso creo que es mejor no contar nada. Pero, sobre todo, lo mejor de la película es DiCaprio que en dos horas hace alarde de su infinita capacidad de mostrar al espectador diferentes pliegues de la personalidad de un especialista en aquello del robo de sueños y que muestra, también, los problemas y preocupaciones de un padre viudo.

El Origen, una película de sueños que todos deben ver y que yo volveré a ver, pues merece la pena. Esperemos que la peonza siga girando.

martes, 3 de agosto de 2010

Puntos de vista que te hacen feliz

Salió encabronado de casa dando un portazo. Maldiciendo y farfullando, hablando solo y gesticulando airadamente con el objetivo de que el mundo le diera una razón que él mismo sabía que no tenía. Trató de justificarse en solitario. Su desidia, su desinterés, su bordería, su negación a llegar a un acuerdo… siempre encontraba un buen motivo para sacar su lado más punzante, y últimamente ocurría demasiado a menudo.

Al ir a adentrarse en un paso de peatones un ciclista se cruzó por su camino y casi cae el suelo. En ese instante todos sus improperios atacaron al pobre joven que se alejaba centrado en mantener el ritmo sinfónico de sus piernas. Una señora le dijo que tenía el semáforo en rojo. Por primera vez en el día, Carlo, separó la mirada furiosa del suelo y encontró los ojos bondadosos de una señora de unos setenta años castigada por la edad y el dolor de rodillas. Sin mover una sola facción dirigió la mirada al semáforo. Un tío estirado y quieto lucía al tenor de Leds rojos. En ese momento el sol despuntó por encima del edificio vecino a su domicilio.

La luz se adentró en sus ojos y velozmente todo a su alrededor se tiñó de un color primaveral. A menos de una manzana reinaba un Parque del Oeste lleno de cantares de pájaros y de luz y de verde y de un césped frondoso… de vida. Carlo estuvo tan obcecado en sí mismo que llevaba mucho tiempo sin disfrutar de lo mágica que puede resultar una mañana si se cambia el punto de vista.

Se empezó a sentir culpable. Comprendió que todo se volvía gris cuando ella no estaba presente, o cuando no la sentía cerca. En ese preciso momento deseó tenerla al lado. Escapar del día, de la rutina, del trabajo y pasar la mañana paseando con los pies descalzos encontrando algún escondrijo en el que perderse y robar algún beso furtivo.

Comenzó a escribir un mensaje: “perdnm,e sido 1 imbcil.s bjs t l xplco td.TK” y le dio a enviar. El tono de mensaje de Irene sonó justo a su espalda, la miró. Se sonrieron y sin mediar palabra bajaron la manzana que les separaba del césped, se descalzó sin desabrochar las zapatillas, lo que le hizo resultar ridículo… ella elegante se desató y tomó sus zapatos en la mano. Se sintieron como dos adolescentes haciendo pellas.

Se besaron y se amaron como nunca hubieron hecho antes.

domingo, 1 de agosto de 2010

Reflexiones de un antitaurino

Resulta bastante obvio, y basta con mirar alrededor, que el ser humano ha dejado de estar en comunión con la naturaleza. El problema no es de hoy, seguramente el problema venga desde bastante más atrás. Probablemente, del día en el que el primer homínido decidió cortar un árbol para hacerse un refugio. Muchos lo llamarán inteligencia, yo lo llamo insensibilidad, ya que ese día nos creímos propietarios de las demás formas de vida, una herencia que aún hoy perdura.

Después vino el que decidió cortar más maleza, pues molestaba, para construir una cabaña. Un poco más adelante, como daba pereza ir a los campos a por lo animales, se recurrió a encerrarlos, y qué decir de las plantas que dejaron de estar en su ambiente natural para pasar a ser cultivadas. Unos siglos más adelante alguien tuvo la brillante idea de transportar los excesos de producción en carros, y éstos, con sus enormes ruedas, iban mucho mejor en caminos de piedra que sobre la arena o barro. No tardó en llegar el comercio de productos que jamás nos pertenecieron. Nunca nos ha bastado con tomar lo justo y necesario para vivir, una costumbre que el resto de seres vivos del planeta sí utiliza, y eso que todos ellos son los irracionales.

Hoy todo se ha magnificado. Se eliminan grandes campos para poner absurdos centros comerciales. Se mata vegetación de una montaña para sacar la piedra de esa montaña y ponerla, junto con otros productos, en una zona esquilmada de árboles para construir grandes autopistas sobre las que se mueven veloces bólidos que nos matan, poco a poco, con cada litro de combustible que consumen. Sin ir más lejos, vivo en un enorme chalet de 700 metros cuadrados en una enorme parcela y, solamente, somos tres y nos sobra mucho más de lo que imagináis. Donde a mí me sobra espacio hubo un tiempo en el que vivían árboles, plantas, arbustos, ardillas, ratones, pájaros, hormigas y demás formas de vida que quedaron expulsadas, eliminadas, para que yo gozara de un espacio que jamás debió ser mío y que en su mayor parte no necesito. Es tan absurdo lo que nos pasa que hasta nosotros mismos tenemos que declarar zonas protegidas, porque somos incontrolables. No hacemos más que llegar a un lugar, invadirlo, eliminar sus recursos y desertizarlo. Lo más similar a un virus.

Permíteme mirar para otro lado si para alimentar los 40 millones de bocas de España tenemos que recurrir a cultivos o a tener las terribles granjas de animales que todos sabemos que existen y cuya necesaria existencia para cubrir las necesidades de todos nosotros me llena de tristeza. Y cierto es que sería absurdo renunciar a las comodidades conseguidas tras milenios de avances y volver a las cavernas y convertirnos en ermitaños. Pero de ahí a mirar para otro lado cuando se hace de una muerte una fiesta hay un salto bastante grande, no lo puedo consentir. Para uso y disfrute de unos treinta mil de la plaza y los dos millones de televidentes se recurre a, normalmente, la muerte de un toro. Como si viéramos el coliseo romano…

No puedo comprender el disfrute de presenciar una pelea a muerte (y no utilizo la palabra tortura, ni asesinato, ni maltrato) entre un hombre y un toro. No puedo comprender que se diga que es un combate de igual a igual cuando son cinco contra uno. No puedo comprender que se diga que el toro muere con honor cuando el picador, montado en un caballo con armadura, tiene un arma que sirve únicamente para mutilar los músculos del cuello del toro, para que humille (palabra del propio término taurino), sí, humille, es decir, no pueda levantar la cabeza, para que tenga que morir con la cabeza gacha, humillado (tercera vez que utilizo la palabra). No puedo comprender qué tiene de bello. No puedo comprender qué tiene de artístico. Y, si de un combate a muerte se trata, como muchos taurinos lo llaman, habrá, por tanto, dos bandos. Permíteme, en este caso, decir que yo estoy en el lado del toro, y espero que mi elección de bando sea igual de respetada que la tuya (si elegiste al torero). Que conste en acta que no disfruto, ni me alegro, pues me parece una tragedia. Pero el torero eligió esa profesión y, sin embargo, el toro es el único que está obligado a ir a la plaza, sin saber que es para pelear hasta morir.

Es cierto que la tauromaquia llena muchas bocas en este país, tanto de manera directa (desde el ganadero al torero pasando por el personal de mantenimiento de la plaza) como indirecta (bares próximos a plazas, medios de comunicación, mercadotecnia…); es cierto que gracias a las ganaderías taurinas se protegen muchos espacios verdes, naturales; es cierto que el toro goza de una vida privilegiada durante varios años para morir entre aplausos tras media hora de sufrimiento… Igual también debería mirar para otro lado viendo y analizando esto, pero, sinceramente, mi conciencia no me lo permite.

El motivo de porqué soy antitaurino no es por proteger al animal, que también, si no por la decepción que siento cuando el ser humano disfruta con eso que llama espectáculo y lo quiere proteger bajo la manta de palabras como tradición o cultura, palabras sobre las que se enarbolan las mayores atrocidades que se cometen en el mundo. Soy y seré defensor de hacer partícipes a los animales de las fiestas populares y no suprimiría los encierros, ni la lidia portuguesa, ni las capeas, ni los concursos de recortes y considero que el rejoneo podría llegar a ser bonito si no se mutilara a un animal. Creo que podemos disfrutar de unas fiestas en las que disfruten, jueguen o participen también los animales.

Ayer en Cataluña se legisló democráticamente para evitar esta práctica que en otros países europeos (como Italia, Inglaterra o Alemania) y otros americanos tildan de bárbara, cruel y desfasada en el tiempo. Muchos individuos, para autojustificarse, alegan que la votación atiende más a razones de índole catalanista o independentista, como si con esto se consiguiera dar un tortazo vengativo a esa España que les ha negado un nuevo Estatuto. No sé si reír o llorar ante estos comentarios tan sesgados que escucho primero en la prensa, después en mayores y posteriormente hasta en niños. Hoy, a mi modo de entender las cosas, gracias a lo votado en Cataluña nos hemos vuelto todos un poco más justos, más sensatos, más sensibles, más racionales, más humanos y más animales. Con la aprobación de esta nueva ley se ha dado el primero de muchos pasos que debemos dar como sociedad para conseguir de nuestro mundo un lugar mejor.

Estoy harto de oír que la gente de mi edad carece de valores. Siempre he creído que eso de los valores tiene más que ver con las personas que con las generaciones, pero si una supuesta generación ha fallado, sus mayores deben mirarse hacia adentro para saber qué demonios han enseñado y cómo han educado a sus pequeños. Igual los valores dejaron de existir hace mucho tiempo y hoy, en Cataluña, hemos dado un paso para recuperarlos.