martes, 12 de octubre de 2010

Uno de todo

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Cristina paseaba su carro de la compra, armado con la necesaria moneda de 1€, contoneando sus orondas caderas y agarrando fuerte el bolso en el típico híper mercado que todo lo vende.

Iba llenando el carro, poco a poco, con cada una de las cosas apuntadas en la lista además de con algún que otro capricho de más. La espuma de afeitar de Juan, sus cuchillas y su desodorante. La crema facial y la anticelulitis. Fruta y verdura. Un paquete de bolsas de basura. Patatas fritas de diferentes sabores. Un paquete de salchichas, otro de bacon, otro de jamón. Limones amargos. Remolacha y cosas varias para hacer ensaladas. Un paquete en oferta de fuet Casa Tarradellas. Cebolla para poder llorar, ajos que espantan los malos espíritus. Un paquete de queso Caprice Des Dieux, otro de quesitos El Caserío, otro de Havarti. Un paquete de pechugas de pollo, otro de carne de cerdo y otro de ternera. Chocolate. Un pack de cepillos de dientes con su correspondiente pasta. Harina, azúcar, sal y arroz en paquetes de kilo, ¿por qué de kilo y no de medio o de dos kilos? Frutos secos en granel. Diversos productos de limpieza para lavar los males…

Mientras la cajera de mirada sombría pasaba desanimadamente cada objeto por el lector de código de barras, Cristina miró hacia los pasillos. Observó su gigante compra y miró, de nuevo, hacia los pasillos intentando recordar si lo tenía todo. Sí, había comprado uno de todo.

Una vez hubo pagado con su tarjeta Visa Oro, camino del coche, se preguntó porqué, con lo listo que era el ser humano, no se había conseguido hacer frascos mono dosis de felicidad, alegría, ilusión, esperanza, seguridad… Total, eran objetos igual de necesarios, o más, que los que ocupaban el maletero de su monovolumen familiar que no iba lleno de risas de niños y sí de bolsas.

Cuando llegó a casa abrió la puerta y, como cada día, le llenó esa sensación de abrir una ventana de una pequeña casa en una cala frente al mar, pero al revés. No respiró ilusión, alegría, esperanza o aventura. Sus pulmones se llenaron otra vez más del aire viciado por el dolor. Cerró la puerta y puso el candado de su jaula. Encendió la tele y buscó su canal maldito, que detestaba y al que se había convertido en adicta: Tele5.

Puso todas las bolsas fabricadas con fécula de patata en la encimera de la cocina y ordenó metódicamente cada objeto comprado en los diferentes armarios escondidos de la casa. Cuando terminó de ordenarlo todo descubrió la bolsa de color marrón mierda que no recordaba haber comprado pero que siempre acababa apareciendo. En su mueble interior ordenó también esos objetos: desilusión, amargura, incomprensión, tristeza, ignorancia, rechazo, inseguridad, soledad, resentimiento, presión, olvido, y soledad.

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