martes, 19 de octubre de 2010

Las prisas de Raúl

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Raúl salía a la carrera del trabajo para ir a recoger a su madre, que se había ido a hacer una revisión médica. Antes de meterse en el coche encontró una receta de 40€ por sobrepasar el tiempo de estacionamiento. Vaya... ya no podía anular la denuncia. Arrancó el Renault Clio y salió a toda prisa. Antes de terminar la calle ya se había topado con el típico plasta que busca aparcamiento y, a pesar de que haya muchos, nunca se decide por ninguno. Le iba a hacer llegar tarde.

En la primera ocasión que tuvo se deshizo del pelmazo, rápido acelerón con giro a la derecha, pitó en señal de protesta y miró al conductor, un gordezuelo con el pelo grasiento. No lo vio. Una chaqueta verde rodó por el capó del Clio, un móvil salió volando, frenazo en las rayas del paso de cebra que hizo derrapar a su pequeño utilitario.

Cuando Raúl se bajó del coche Jorge yacía en el suelo. Se quedó aterrado durante un segundo que le pareció una eternidad hasta que Jorge se movió y se incorporó con la ayuda de una señora con el pelo cano y que portaba un enorme bolso. El chico se sacudió el polvo mientras se sujetaba el brazo.

- ¿Estás bien? Chico... ¿estás bien? - Jorge estaba desorientado y hacía caso omiso.
- ¿Cómo te encuentras?
- ¡Llamad a una ambulancia!

Jorge recopiló todos sus efectos personales ignorando las preguntas, la ayuda y la preocupación de los testigos. Cogió la bandolera que le habían regalado sus hermanas, recuperó el móvil por el que estaba hablando. Alzó la mirada, la tranquilidad de sus ojos azules calmaron a los presentes, sobre todo a Raúl que temblaba nervioso.

- Estoy bien, de verdad. No me ha pasado nada, solamente el golpe.- Afirmó con un suave hilo de voz.
- Chico, menos mal que has levantado las piernas y te has dejado caer sobre el capó. Si no, te mata.- Dijo un hombre calvo y extraordinariamente alto incriminando al conductor con una mirada fiera.

Cinco minutos después. Jorge caminaba calle arriba. Había decidido no esperar a la ambulancia, pues se encontraba bien. Tampoco habría denuncia. Una hora después llegó a casa mientras sus padres estaban en la cocina. Cuando les vio, dijo:

- No sabéis la experiencia que acabo de tener. Sin alarmismos, ¿eh?

Cuando terminó de contar su historia, su madre le abrazó como si acabara de nacer.
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