lunes, 6 de diciembre de 2010

El Peluquero

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No se podía estar más triste de lo que estaba Arancha. Vivía en un contínuo estado de preocupación, donde el "por los demás" se había convertido en su ley de vida. La enfermedad de su madre, que no quería curarse; la ineptitud de su hermano, un Ni-Ni aficionado al polvo blanco; el paro de su padre, con demasiada edad para encontrar otro trabajo; unos suegros demasiado metomentodo; y el haber tenido un hijo con síndrome de down, con los problemas que ello conllevaba, no ayudaba demasiado. Además, por si fuera poco, su marido era un ególatra que aportaba poco.

Una mañana, como otra cualquiera, Arancha cogió la agenda que tenía en la mano y revisó punto a punto lo que tenía que hacer. Hizo un cálculo mental del tiempo que pasaría en el coche y se sorprendió: "¡¡Esto es como ir a Bilbao!!". No podía más, necesitaba una mañana diferente y cambió el rumbo del enorme todoterreno de lujo y se fue a la peluquería.

- Te estaba esperando - Dijo un señor enjuto que lucía una atractiva perilla. Podría haber sido un bohemio francés, pero su tono de voz era dulce como el de los italianos.
- ¿Hola? ¿Me conoce? Pero... ¿Dónde están Carla, Lucía y Silvia?
- Hoy la atiendo yo. Me necesita. Siéntese. Llámeme Lucas.

Aunque como por norma general era desconfiada, algo le dijo que esta vez se dejara llevar y se sentó. Se dejó lavar el pelo, cortar, teñir y peinar. Estaba guapísima. Radiante.

- Vaya, me ha dejado estupenda.
- Acabamos de empezar no se impaciente - y Lucas cogió las tijeras de nuevo. Entre la recién tratada cabellera sacó un pelo torcido y raído. Tiró del mismo y siguió saliendo un feo pelo rizado de un color mustio. El peluquero siguió tirando hasta que empezó a salir un pelo vivo, reluciente. Y por ahí cortó. Arancha sintió un atisbo de alegría. El Peluquero repitió la operación cinco veces más. La cara de la joven fue cogiendo color y las arrugas de sus ojos fueron desapareciendo.

- Debes estar preparada. Ahora tendrás más fuerzas. No te espero por aquí hasta dentro de 11 años.

Y Arancha se marchó. Feliz. Tenía un brillante mañana por delante.
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