miércoles, 22 de septiembre de 2010

El Barrendero

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Estaban poniendo las luces de Torrelodones y barriendo sus calles. Uno de los barrenderos era singular, especial. Lucía una poblada barba canosa que tapaba una cara delgada y curtida, una coleta y una gorra de lana ante la lluvia incesante. Su chubasquero amarillo y verde evitaba que el agua se le colara hacia dentro, donde la piel contaba su historia a base de cicatrices. En una oreja un pinganillo blanco para escuchar música, supuse, la otra liberada para poder oír a sus compañeros, supuse de nuevo. Estaba muy equivocado.

El barrendero era extremadamente meticuloso, no se dejaba un papel, ni una colilla, ni una hoja caída de un árbol que pierde su vestido por el caprichoso otoño. Le vi desandar su camino varias veces por los vaivenes de un viento inestable para recoger sus fechorías. Con alegría sostenía el escobón. No barría, peinaba. Después posaba el recogedor y aplicaba el cepillo con mimo. Si se caía algo lo volvía a recoger. Lo que hacía con la calle se parecía a cuidar a un enfermo. Presa de mi curiosidad seguí mirándole, hasta que su destino le trajo a mi lado. Me vio y me sonrió “Buenos días caballero”, en un tono humilde y alegre, usó la palabra caballero que tanto me gusta. Fruto de mi fascinación no pude hacer más que responder “Buenos días, ojalá todo el mundo trabajara como usted, estaríamos en mejores manos todos, se lo aseguro”. Se paró a mi lado, se quitó el pinganillo de la oreja y por los sonidos pude averiguar que escuchaba las noticias y no música, lo cual me volvió a alegrar. “Esto es solamente un trabajo, pero… ¿qué nos queda si no lo hacemos lo mejor que podamos? Soy esa clase de persona que es feliz con lo que hace”, me quedé esperando a que prosiguiera, mi intuición me dijo que por una vez debía callar, y así lo hice. En silencio, sonriendo los dos, pasó al menos un minuto, ambos mirando la calle, los coches, la gente… “Soy licenciado en Bellas Artes, pero no podía seguir pintando pensando en el dinero y en comer, y en casas y en coches y en hipotecas. Ahora pinto para mi, me guardo mis cuadros, y cuando me llaman hago exposiciones y a veces vendo, otras no, pero me da igual, la pintura es mi vida, barrer es un trabajo y cuidar de las calles es una devoción”.

Ahí estaba el secreto.

Con mi silencio y admiración le invité a proseguir su historia, mientras en mi mente apareció la película La Leyenda de Bagger Vance cuando Matt Damon le dice al niño, hay gente que se ha declarado en bancarrota, tu padre le ha hecho frente a la vida con una escoba y eso merece respeto y admiración.

El silencio se rompió, “hay gente que considera este trabajo indigno, para mi es una responsabilidad, y hay que hacerlo con alegría. Evidentemente preferiría estar en un despacho decorado con mis cuadros y tener cinco ceros más en mi cuenta corriente. Pero para mí esto es una oportunidad de ver el mundo que tenemos bajo los pies, y a veces encuentro la imagen que busco. Aunque no tenga una creencia fija, soy muy espiritual”. Sacó una pequeña cámara de fotos del bolsillo y me pidió permiso para fotografiar mis zapatillas, que esquivaban estratégicamente un papel de helado y otro de chupachups. “Igual esas zapatillas son las protagonistas de mi próximo cuadro”.

A él le tocaba seguir escuchando la radio con un oído y el mundo con el otro. A mi subirme a un bus que me ha traído a este ordenador para escribir esta historia. No se si mis zapatillas serán protagonistas de algún cuadro, sé que este hombre aparecerá en alguno de mis escritos. Seguro.

(16 mayo 2008)

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