Mientras se subía la cremallera de la falda, una lágrima le fulminó en la conciencia.
Miró las sábanas revueltas fruto de un error inconfesable y le vió ahí tumbado, con una extraña paz, como la de un cuerpo varado en playa, traído por la marea. Comenzó a pensar, y se dió cuenta de que lo que había sido una rutinaria monotonía durante muchos años ese día se había desencadenado con los ingredientes de la emoción, pasión e intriga, una fórmula irresistible. Sin embargo aquella era una historia olvidada hacía años, superada. Al menos eso creían los dos.
Todo comenzó con un mensaje inocente de él, curioso por los avatares de la vida de un examor de la juventud. Habían pasado más de quince años y la respuesta se confundió entre un "¿y tú qué tal?" y "¿por dónde andas ahora?". La sorpresa de la cercanía les conmocionó. En menos de una hora ya tomaban café juntos, a Olga no le había dado tiempo ni a mentir piadosamente al pobre Raúl, que tenía turno de noche.
Los recuerdos hicieron florecer color donde antes había ceniza. Daban sentido a ese oscuro atardecer de febrero en un Burgos cubierto por una nieve que bien podría ser algodón de azucar. Primero caminaron separados, después el frío les juntó y no se dieron cuenta de cómo había llegado ese primer beso que inició la serie inevitable de hechos.
Ahora corrían lágrimas.
Lágrimas.
Lágrimas y dudas. ¿Se lo debía contar a Raúl?
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