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Cristal no era una elfa al uso. A parte de ser espectacularmente bella tenía la habilidad extraordinaria de potenciar los sentimientos de las personas que le rodeaban. Cuando ella estaba feliz contagiaba a los de su alrededor, cuando ella estaba triste todos se ensombrecían, y cuando ella estaba distante todo el mundo miraba con recelo. Pero estos efectos solo se hacían ver en las personas, elfos, magos y enanos.
Un día, normal como otro cualquiera de los doce millones de días que ya había vivido Cristal, vagaba por sus bosques poblados de abetos, cedros, robles, tulipanes y champiñones cuando entre la espesura encontró una roja, fresca, húmeda y centelleante rosa. La flor reinaba en un claro del bosque. Estaba sola, indefensa ante la perversión de cualquier animal deseoso. El sol la castigaba con sus rayos produciendo resplandores por todo el rondo de árboles que la custodiaban.
Se acercó a ella pero al ir a cogerla con la mano derecha notó punzadas en la izquierda, y la sangre comenzó a manar de las yagas que se habían producido mágicamente. Miró a la rosa y ésta le devolvió la mirada. Sintió como una voz le dijo “no lo intentes, no lo vas a conseguir”. Cristal, asombrada, miró alrededor incrédula por lo acontecido, sintió una punzada de indignación ya que ella era sabedora de sus poderes mágicos y no se iba a ver derrotada por una planta. Los árboles dormían pero parecían estar alerta. Volvió a mirar a la flor, ésta se mostraba inerte y sin embargo derrochaba vida.
Volvió a acercar su mano, y esta vez notó las punzadas en la derecha, viendo como de las yemas de los dedos otra vez nacían puntitos de sangre apeló a un hechizo aleteando los brazos. Al lanzar el rayo la flor súbitamente dio un salto y esquivó el hechizo.
Una mariposa, que había sido testigo de todo lo acontecido, voló hasta posarse en los pétalos de la flor. Se hundió en su interior y salió llena de energía aleteando enérgicamente y haciendo piruetas en el aire. Cristal, asombrada al ver la reacción de la flor sobre el animal, se sentó al lado de la rosa y comenzó a juguetear con su larga y rubia melena, pensando en el truco y milagro de la flor y el medio de hacerse con ella. La mariposa se posó sobre su rodilla doblada y miró a la elfa que entre susurros y murmullos comenzó a escuchar consejos para poder acercarse a la supuestamente indefensa plantita deseada.
Cristal cerró los ojos y pensando “no te voy a hacer daño, solo te quiero acariciar” consiguió rozar uno de los pétalos rojos pero al ir a coger la flor otra vez sintió las punzadas. Ahora le recorrieron todo el cuerpo y exclamó “¡Maldita seas Rosa!”
La mariposa, que con el estruendo había echado a volar, se posó nuevamente en Cristal, esta vez sobre su hombro, y le volvió a susurrar consejos y secretos.
Cristal desistió, miró a la rosa, mágica, feliz, viva, plena, radiante… y se vio a si misma, desdichada e incomprendida. A pesar de que su inmortalidad le facilitaba todo el tiempo del mundo, ella no quiso gastarlo en una estúpida flor por muy rara y mágica que fuera. Se marchó, se alejó, olvidando la flor, la mariposa y la magia, sin saber que algún día, esa rosa volvería a ella y se quedarían juntos para siempre. Pero ésa, es otra historia.
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