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Cuando no era una cosa era otra. Necesitaba un motivo para estar triste, oscuro, amargado, melancólico… Llevaban 15 días lloviéndole buenas noticias, un buen recuerdo, un trabajo bien hecho, una enfermedad superada, una sonrisa recuperada, una amistad resurgida… y, mientras las duran eran más duras que nunca, la tenía a ella, incansable, a su lado. Ahora que el viento soplaba en contra dirección lo pagaba injustamente, otra vez más, con ella.
Con su aguijón lanzaba su veneno a donde más dolía. Ella se despidió, no para siempre, solo por un rato, porque a fin de cuentas era demasiado buena, demasiado bondadosa, demasiado tonta como para mandarle a la mierda, cosa que debería haber hecho hacía mucho tiempo. Él se quedó en un absurdo duermevela, un sentimiento de culpabilidad comenzó a brotar cuando pudo sentir un instante de distancia. Y no de distancia física a la que malamente se acostumbraba, era algo más.
Se frenó, miró hacia atrás, analizó la situación y reculó. Mil perdones sin un porqué. Ella, otra vez incansable, perdonó. Jamás ha merecido a su musa
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