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Raúl se miró al espejo en esa mañana de martes apagado. “Los martes son una mierda” pensó, y tenía razón porque no tienes la excusa de que acaba de terminar el finde pero te queda toda la semana de curro y stress por delante, además como los lunes no se suele hacer nada se te ha acumulado el trabajo. Aunque en verdad a él no le afectaba demasiado, no era el típico currito por lo que no se tenía que preocupar demasiado por el trabajo.
Tras salir de la ducha se afeitó y se miró al espejo. Sus 41 años estaban muy bien lucidos. Estaba en forma fruto del gimnasio, la piscina, la bici y una dieta bastante estricta en la que no tomaba pan ni cerveza y no mezclaba patatas con frituras, siempre algo de ensalada y la comida entrehoras se solía basar en fruta y las bebidas siempre light. Las gafas y el pelo canoso le daban un aire intelectual qué trataba de fomentar con una excelente selección de palabras cada vez que hablaba. Vestía a la última moda y tenía un coche caro en el garaje, que solo lo paseaba cuando quería fardar, él prefería el otro, un Smart, sobre todo por lo de aparcar. Era asquerosamente perfecto.
Raúl bajó en el ascensor de la Gran Vía 57 madrileña, en el corazón de la ciudad, donde había heredado la casa en la que había crecido, además de todos los negocios familiares, y salió a la calle. Hoy iría andando con su aire de ejecutivo alternativo y archiforrado, pero llevado con una actitud natural e incluso algo humilde.
Se dio cuenta de lo rápido que había pasado el tiempo. Ya era primavera otra vez. Las chicas volvían a sacar a pasear sus cuerpos y las ropas cada vez iban siendo más pequeñas. El calor cumplía su función y comenzaba la etapa del destape. Chicas, chicas y más chicas… No tenía ojos para otra cosa.
Súbitamente se sintió solo. Hacía más de un año que Alicia había abandonado su piso sin ni si quiera dejar una nota. Ya no volvió a coger el teléfono, ni contestó a los mails. Él único recuerdo además de las fotos que le quedaban fue el pintalabios que había olvidado en el baño, que se le debió haber caído. Él lo guardaba en la mesilla, era su gran tesoro.
La echaba de menos. Cada vez que llevaba una conquista a casa y la agasajaba con champán la recordaba, cada vez que encendía la minicadena la echaba de menos, cada vez que veía una película en el sofá la echaba de menos, cada vez que salía al teatro la echaba de menos, cada vez que ponía las noticias de la mañana la echaba de menos… había pasado un año desde su huída. En ese tiempo el dolor fue creciendo exponencialmente. Alicia, una chica normal, no era una de sus típicas modelos, ni actrices. Era su Alicia, la única que fue capaz de instalarse en su vida y no solo en su casa. Alicia, inteligente, trabajadora, morena, elegante, sexy, divertida, habladora… Del mismo modo que llegó se fue llevándose 8 años de todo y robándole, a posteriori, un año de sueño. Era su Alicia, la que hizo de su vida el país de las maravillas…
“Vuelve” pensó. Cogió el teléfono y la llamó. No contestó nadie. Nunca contestaban, pero el teléfono seguía sonando… “Vuelve por favor”
Espesito, amigo.
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