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El viento cerró la puerta de golpe y los pequeños cuadros que vestían el pasillo se estremecieron en un curioso baile de péndulo. Santi notó la ráfaga de aire pero, por su sordera, no pudo escuchar el violento golpe. Se dio la vuelta calmado y dio un paso atrás alarmado. Se encontró cara a cara con su asesino que estaba en tensión por el susto que se había llevado tras el portazo, llevaba una pistola con silenciador. Se miraron, Santi puso su mirada más desafiante, Carlos sostenía el arma temblando y antes de darse cuenta notó como el puño de Santi le quebraba la mandíbula y le hacía caer hacia atrás. Un disparo, dos disparos, tres disparos y al golpear el suelo la pistola salió volando hasta dar con el rodapié y quedar tumbada, caliente y humeante.
Con la cara deformada por el puñetazo del gigante, Carlos se incorporó y vio a Santi en el suelo agonizando, sangrando copiosamente por el cuello. Pudo ver como los movimientos de Santiago “El Bulldog” se convertían en pequeños temblores, hasta quedar el cuerpo inerte. El trabajo estaba hecho.
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