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- ¿Qué ha pasado? ¡Carolina! – Gritó Carlos subiendo la escalera a toda prisa.
Yacía en el suelo, en un charco. Se sujetaba la tripa con ambas manos y tenía los ojos hinchados de dolor y la frente sudorosa. Él puso una almohada bajo su cabeza, ella apenas sintió un leve alivio. El miedo y la preocupación eran superiores a la emoción y la alegría. El bebé estaba en camino, al igual que la ambulancia.
Carlos, nervioso en la sala de espera del hospital, paseaba de un lado al otro de la amplia y azulada estancia. Respiró hondo, no comprendía por qué tardaban, sus padres y sus suegros, tanto en llegar. Miró por la ventana, había empezado a nevar. Nunca tardaba tanto en llegar la nieve. Era un 12 de diciembre y por fin había encontrado el hijo que tanto había ansiado. Ya lo habían decidido, se llamaría Dante. Notó una mano en el hombro, se giró y vio los bondadosos ojos de su madre. La abrazó y lloró de alegría.
- ¿Cómo está?
- Parece que todo ha salido bien. Hemos llegado al hospital hace dos horas o así.
- Felicidades, ¡Papá! – Y se fundieron en un fuerte abrazo lleno de ilusiones, falsas ilusiones.
Apenas a unos kilómetros Lucas miró la pareja de ases que tenía entre las manos. As de picas y de corazones. Su suerte estaba cambiando y por fin podría darle una buena estocada a la mesa. Últimamente se había acostumbrado a perder, nunca grandes cantidades. Hoy era su día aunque no supiera que su hijo venía en camino proveniente de una aventura con una chica que había conocido en un curso de cocina. El marido por lo visto era un remilgado estirado con pocas dotes. Con ninguna dote más bien, salvo su fidelidad y devoción. Carolina quería marcha y habían mantenido el romance hasta que no pudo más con la presión. Casi se había olvidado de esa rubia pija. Casi.
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Más de una historia muy parecida a esa conozco, lo que más gracias me hace de eso es que aún sabiendo que el niño no es de el la gente le siga sacando parecido, aunque en realidad fabricarlos es lo fácil, lo difícil es el resto..
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