viernes, 22 de octubre de 2010

Pagafantas Afortunado

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El otro día me llamaron Pagafantas. Para los que no estén acostumbrados al término es una manera despectiva de llamar a un tío cursi, calzonazos o hacer burla de las maneras de expresión que un chico, que tiene devoción por su pareja, utiliza imitando terminologías típicas de niño de 15... bueno 10 años.

Pagafantas... el caso es que me dejó un poco trastocado, pero claro, caí rendido ante las evidencias. Sí, efectivamente empleo tonos de voz y terminologías de niño cuando hablo con Iris por teléfono y demás. Me gusta ser infantil en el amor y lo peor es que, a pesar lo que muchos puedan pensar, estoy orgulloso.

Estoy orgulloso de poder protagonizar el amor más tierno, dulce, sincero que se puede conocer. Estoy orgulloso de tener una pareja que vive intensamente, como yo, las relaciones personales y que encuentra luz en su compañero de viaje. Estoy orgulloso de poder regalar mis juegos y mis tonterías a una persona y que ésta los acepte. Estoy orgulloso de poder vivir fantasías en las que los personajes podrían haber salido de Disney. Estoy orgulloso de ser capaz de ilusionarme a base de detalles... "Apasionado con la vida que nos da calor" como dice una canción de cuyo título ahora no recuerdo el nombre. Así es como siempre soñaba que quería que fuese mi vida en pareja, con esa eterna infancia. Y así es.

Pero esto, como en todo, tiene que estar sujeto en algo, firme a ser posible, y en este caso no puedo ser más afortunado, pues los pilares de mis sentimientos son macizos como las columnas que soportan el peso de los sueños. A mi lado, de un modo que no alcanzo a concebir llegó, navegando en un barquito de cáscara de nuez, la persona más maravillosa que se puede conocer. Firme en sus convicciones, valiente en sus decisiones, cariñosa en sus acciones. Con un sentimiento de amor por todos los seres, entes y cosas de este mundo dificil de comprender. Con una responsabilidad por las cosas bien hechas, difil de cumplir. Con un sentido de la vida de la que todos deberíamos sentirnos envidiosos.

Iris llegó un día a mi vida, puso sus maletas de colores en mi interior y fue capaz de ordenar el caos que habita en mi interior, haciéndome mejor persona, potenciando mis virtudes, matizando mis defectos. Un día Iris fue capaz de hacerme feliz tras haberme recogido de un mundo de dolor en el que había roto a llorar de pena, de desilusión y de incomprensión. Ese día comprendí que cada minuto de mi vida lo debía pasar junto a ella porque yo, junto a Iris, me siento mejor y deseo superarme. En el mañana, seguiremos paseando de la mano y gritaremos al aire el amor que nos procesamos. Te quiero.



Además de lo magnífica persona, me ha demostrado que es una gran artista, y a las pruebas me remito. Gracias.


Uno de todo, por Iris Magro Rojo (22/10/10)
Puede que ya tenga edad suficiente como para estar desengañada de la vida, haberme ido convirtiendo en una cínica, curtiendo mi corazón. Y como para haber aprendido tres o cuatro cosas acerca del amor y del dolor que puede causar. Pero debo confesarte que dentro de mí aún vive una adolescente, inocente y optimista que cree en ese amor imposible. Tú también lo habrás sentido alguna vez, estoy segura de que si te esfuerzas aún podrás recordar los nervios recorriendo de punta a punta tu ser, haciendo que hasta el mundo parezca estremecerse. Y esa estúpida expresión de felicidad que nace de la nada.
Pues bien, a pesar del paso de los años, los desengaños y la madurez hoy te confieso que sigo escuchando canciones para niñas que hablan de amores infantiles, que sigo soñando cuando veo películas protagonizadas por quinceañeros enamorados y a riesgo de parecer una cursi, es un precio pequeño a pagar si puedo mantener viva esa sensación y no conozco modo más preciso de describirlo: sigo sintiendo mariposas en el estómago. Porque descubrí que un amor así es posible cuando te vi por primera vez y me sentí de nuevo como una niña, soñando con el día en que me dirigieras la palabra. Como el día en que me hiciste sonreír por primera vez y pensé que lo nuestro duraría siempre, aún cuando no había comenzado. Tú me demostraste que no había barrera que no pudiera superar el amor, igual que en esas estúpidas películas (ya te he dicho que me encantan). Y a pesar de que me advertiste que tú no lo eras, sigo teniendo la impresión de que el príncipe azul y los cuentos de hadas con final feliz existen.
Y sigo siendo tan ridícula como para que mi corazón de un salto cada vez que te ve aparecer en la distancia, tan niña como para perderme en tus preciosos ojos y sigo sintiéndome la más afortunada del mundo cuando me besas. Sé que ya no tengo edad para esto y que deberían llenarme otras cosas, así que no seas muy duro conmigo si te digo que mi cita perfecta sigue siendo en la que paseas por la calle conmigo de la mano y siento que proclamamos por primera vez nuestro amor.
Hoy escribo esta carta al mundo para darle esperanza, pues nunca creí que un amor así pudiera existir. Pues creí que la vida era gris y que los decorados coloridos de la niñez iban cayendo a medida que se cumplían años. Marchitando poco a poco las ilusiones, criando escepticismo a base de derrotas y que lo único que se mantenía era la vaga esperanza de hacerte algún día al menos con uno de todo aquello con lo que soñaste. Y mira por donde, llenaste mi mundo de color con tu amor adolescente y no tuve que conformarme con uno porque me hiciste ver que puedo tener todo con lo que soñé.


Y, por si fuera poco, en Septiembre de 2009 Iris me regaló esto...

jueves, 21 de octubre de 2010

La humildad del silencio

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Ayer no escribí.

No tenía nada relevante que contar, nada interesante que aportar a este ideario, a este compendio de reflexiones, de anécdotas, de imaginaciones. Me desgañité buscando algo en lo que escribir mientras me sentía presionado por los más de mil lectores que tengo en este blog que, quizá, esperabais algo. Lo intenté y cuando releí lo que iba a publicar pensé “vaya mierda” y le di a cancelar.

Sin embargo, a pesar de que sabía a la perfección que ayer ya no iba a poder poner en negro sobre blanco alguna de mis historietas, sabía de qué iba a escribir hoy. Sabía que quería expresar mi agradecimiento por el seguimiento y el interés a todos aquellos que mantienen el vivo este blog. Sabía que quería expresar que es una responsabilidad y una presión diaria plantarme frente al teclado. Y, también, sabía que quería mostrar mi más profundo rechazo a todos aquellos que con tal de sumar un 1 más en su casillero saturan el mundo de la comunicación con relleno de basura. Basura digerida, y muchas veces gustosamente, por una audiencia fiel y morbosa.

Lo vemos en la tele, en las radios, en los periódicos, en Internet… cada día vemos, tragamos y digerimos infectos rellenos vacíos de contenido y de interés. Ayer por la noche, me imaginé cómo algunos de mis lectores (o leedores según se me considere a mi escritor o escribidor) se metían en mi blog y buscaban mi actualización. Me imaginé diciéndoles “sal a jugar muchacho, sal a pasear al perro, date una vuelta con tu mujer, vete a ver a tu novio, tómate una caña… pero no pierdas el tiempo hoy aquí, que no tengo nada interesante que contar y el mundo está lleno de cosas maravillosas y este blog hoy no es una de ellas”.

Cierto es que esa reflexión me deja en una situación de debilidad ya que te tengo que volver a cautivar. Pero si ha de ser así, que así sea, pues lo conseguiré a base de aporrear este teclado.

Un viejo proverbio indú dice "cuando hables procura que tus palabras valgan algo más que el silencio"… he ahí la humildad de un silencio.
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martes, 19 de octubre de 2010

Las prisas de Raúl

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Raúl salía a la carrera del trabajo para ir a recoger a su madre, que se había ido a hacer una revisión médica. Antes de meterse en el coche encontró una receta de 40€ por sobrepasar el tiempo de estacionamiento. Vaya... ya no podía anular la denuncia. Arrancó el Renault Clio y salió a toda prisa. Antes de terminar la calle ya se había topado con el típico plasta que busca aparcamiento y, a pesar de que haya muchos, nunca se decide por ninguno. Le iba a hacer llegar tarde.

En la primera ocasión que tuvo se deshizo del pelmazo, rápido acelerón con giro a la derecha, pitó en señal de protesta y miró al conductor, un gordezuelo con el pelo grasiento. No lo vio. Una chaqueta verde rodó por el capó del Clio, un móvil salió volando, frenazo en las rayas del paso de cebra que hizo derrapar a su pequeño utilitario.

Cuando Raúl se bajó del coche Jorge yacía en el suelo. Se quedó aterrado durante un segundo que le pareció una eternidad hasta que Jorge se movió y se incorporó con la ayuda de una señora con el pelo cano y que portaba un enorme bolso. El chico se sacudió el polvo mientras se sujetaba el brazo.

- ¿Estás bien? Chico... ¿estás bien? - Jorge estaba desorientado y hacía caso omiso.
- ¿Cómo te encuentras?
- ¡Llamad a una ambulancia!

Jorge recopiló todos sus efectos personales ignorando las preguntas, la ayuda y la preocupación de los testigos. Cogió la bandolera que le habían regalado sus hermanas, recuperó el móvil por el que estaba hablando. Alzó la mirada, la tranquilidad de sus ojos azules calmaron a los presentes, sobre todo a Raúl que temblaba nervioso.

- Estoy bien, de verdad. No me ha pasado nada, solamente el golpe.- Afirmó con un suave hilo de voz.
- Chico, menos mal que has levantado las piernas y te has dejado caer sobre el capó. Si no, te mata.- Dijo un hombre calvo y extraordinariamente alto incriminando al conductor con una mirada fiera.

Cinco minutos después. Jorge caminaba calle arriba. Había decidido no esperar a la ambulancia, pues se encontraba bien. Tampoco habría denuncia. Una hora después llegó a casa mientras sus padres estaban en la cocina. Cuando les vio, dijo:

- No sabéis la experiencia que acabo de tener. Sin alarmismos, ¿eh?

Cuando terminó de contar su historia, su madre le abrazó como si acabara de nacer.
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Los libros de Laura

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Laura cogió el teléfono de la gran multinacional en la que trabajaba desde hacía dos años y tras poner su mejor voz y desviar la llamada al departamento en cuestión se fue a hacer unas copias de un documento importante que le había pedido su jefe. Odiaba hacer fotocopias. El ritmo monocorde de la máquina le angustiaba, como casi todos los demás ritmos, sonidos artificiales que enmascaraban la realidad.

De pequeña nunca soñó con ser una estrella de rock en un escenario para la que miles de personas habían pagado una cantidad excesiva de dinero por ir a ver. No cantaba en la ducha. Ni canturreaba entre sueños cuando dibujaba en su “bloc de la vida”. No gastaba su dinero en discos y la música que algún desaprensivo familiar le regalaba en navidades solía acabar en la papelera. Tampoco había descargado jamás una canción para su Ipod, entre otras cosas porque no tenía.

Se perdía con cualquier libro en el metro mientras veía a la gente absorta escuchar una vez tras otra canciones que ya habían escuchado miles de veces. Esa gente que no se detenía a escuchar los sonidos de un mundo que siempre algún trompetero o músico ambulante se encargaba de destrozar en el vagón o los pasillos. Desde siempre había odiado esos sonidos artificiales.

Con las uñas descascarilladas de colores siempre oscuros pasaba hoja tras hoja devorando sentimientos, sensaciones, sueños, ilusiones, temores… Cada libro lo guardaba primero en una estantería repleta, todos con fecha y una frase explicatoria, después en un archivo Excel en el que apuntaba título, autor, fecha de lectura y algún comentario y, posteriormente, los guardaba en su memoria donde recordaba las páginas que le habían marcado la vida y forjado su personalidad.

Cada vez que se sentía sola, asustada o débil, cuando su jefe le hacía insinuaciones, cuando su padre le chillaba demasiado, cuando era presa de los besos de algún desalmado en busca de sexo rápido, cuando veía a los incautos infelices escuchar música, o cuando se sentía enferma, deslizaba la mano en su mochila y acariciaba el lomo de su víctima. Ahí Laura siempre era la que mandaba y recuperaba su sonrisa.
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sábado, 16 de octubre de 2010

Sin saber cómo empezó

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- ¿Qué ha pasado? ¡Carolina! – Gritó Carlos subiendo la escalera a toda prisa.

Yacía en el suelo, en un charco. Se sujetaba la tripa con ambas manos y tenía los ojos hinchados de dolor y la frente sudorosa. Él puso una almohada bajo su cabeza, ella apenas sintió un leve alivio. El miedo y la preocupación eran superiores a la emoción y la alegría. El bebé estaba en camino, al igual que la ambulancia.

Carlos, nervioso en la sala de espera del hospital, paseaba de un lado al otro de la amplia y azulada estancia. Respiró hondo, no comprendía por qué tardaban, sus padres y sus suegros, tanto en llegar. Miró por la ventana, había empezado a nevar. Nunca tardaba tanto en llegar la nieve. Era un 12 de diciembre y por fin había encontrado el hijo que tanto había ansiado. Ya lo habían decidido, se llamaría Dante. Notó una mano en el hombro, se giró y vio los bondadosos ojos de su madre. La abrazó y lloró de alegría.

- ¿Cómo está?
- Parece que todo ha salido bien. Hemos llegado al hospital hace dos horas o así.
- Felicidades, ¡Papá! – Y se fundieron en un fuerte abrazo lleno de ilusiones, falsas ilusiones.

Apenas a unos kilómetros Lucas miró la pareja de ases que tenía entre las manos. As de picas y de corazones. Su suerte estaba cambiando y por fin podría darle una buena estocada a la mesa. Últimamente se había acostumbrado a perder, nunca grandes cantidades. Hoy era su día aunque no supiera que su hijo venía en camino proveniente de una aventura con una chica que había conocido en un curso de cocina. El marido por lo visto era un remilgado estirado con pocas dotes. Con ninguna dote más bien, salvo su fidelidad y devoción. Carolina quería marcha y habían mantenido el romance hasta que no pudo más con la presión. Casi se había olvidado de esa rubia pija. Casi.
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viernes, 15 de octubre de 2010

Hecho a mano

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El maestro carpintero tallaba con meticulosidad la madera de roble encargada. Estaba creando la bonita figura de un hechicero como los de antaño para la casa de un gran mago de Asturias, amigo suyo desde la infancia y que iba a conmemorar su 65 cumpleaños. Con mimo y con cuidado, lijaba asperezas y arreglaba detalles.

La pieza no era excesivamente grande y Joaquín ya tenía pensado dónde le aconsejaría a su amigo colocarla: en la encimera de mármol que brillaba sobre la chimenea. Su pieza de madera cobraría vida con los reflejos mientras otras maderas daban calor al hogar.

Como acostumbraba, había dejado hueco para un pequeño cajón donde iría el corazón de su figura. Joaquín había alcanzado una gran fama por ello, le regalaba un corazón de piedra roja a todas sus estatuas y, aunque nunca se viera, le había dado un punto de singularidad a sus obras que fue conocido en el mundo entero.

Ese fin de semana andaba su nieto Andrés trasteando por su taller, desordenando las herramientas y jugando con el serrín y los formones. Los padres del pequeño se habían ido de boda y, como siempre, los abuelos jubilados estaban dispuestos a cuidar al nieto que, a sus diez años, comenzaba a curiosear acerca del sentido de la vida.

- Abuelo Quini, ¿por qué le pones corazón a tus figuras?
- Bueno, para que tengan vida, alma y sentimientos. Así son más especiales.
- Sí, pero la madera que tallas ya está muerta, ¿no?
- Bueno, pido la madera para trabajarla y darle vida y hacer felices a muchas personas con las obras. Las figuras que hago cobran vida.
- Es decir que pides que maten un árbol para hacer una figura y le das vida con un corazón de piedra, ¿no?

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martes, 12 de octubre de 2010

Uno de todo

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Cristina paseaba su carro de la compra, armado con la necesaria moneda de 1€, contoneando sus orondas caderas y agarrando fuerte el bolso en el típico híper mercado que todo lo vende.

Iba llenando el carro, poco a poco, con cada una de las cosas apuntadas en la lista además de con algún que otro capricho de más. La espuma de afeitar de Juan, sus cuchillas y su desodorante. La crema facial y la anticelulitis. Fruta y verdura. Un paquete de bolsas de basura. Patatas fritas de diferentes sabores. Un paquete de salchichas, otro de bacon, otro de jamón. Limones amargos. Remolacha y cosas varias para hacer ensaladas. Un paquete en oferta de fuet Casa Tarradellas. Cebolla para poder llorar, ajos que espantan los malos espíritus. Un paquete de queso Caprice Des Dieux, otro de quesitos El Caserío, otro de Havarti. Un paquete de pechugas de pollo, otro de carne de cerdo y otro de ternera. Chocolate. Un pack de cepillos de dientes con su correspondiente pasta. Harina, azúcar, sal y arroz en paquetes de kilo, ¿por qué de kilo y no de medio o de dos kilos? Frutos secos en granel. Diversos productos de limpieza para lavar los males…

Mientras la cajera de mirada sombría pasaba desanimadamente cada objeto por el lector de código de barras, Cristina miró hacia los pasillos. Observó su gigante compra y miró, de nuevo, hacia los pasillos intentando recordar si lo tenía todo. Sí, había comprado uno de todo.

Una vez hubo pagado con su tarjeta Visa Oro, camino del coche, se preguntó porqué, con lo listo que era el ser humano, no se había conseguido hacer frascos mono dosis de felicidad, alegría, ilusión, esperanza, seguridad… Total, eran objetos igual de necesarios, o más, que los que ocupaban el maletero de su monovolumen familiar que no iba lleno de risas de niños y sí de bolsas.

Cuando llegó a casa abrió la puerta y, como cada día, le llenó esa sensación de abrir una ventana de una pequeña casa en una cala frente al mar, pero al revés. No respiró ilusión, alegría, esperanza o aventura. Sus pulmones se llenaron otra vez más del aire viciado por el dolor. Cerró la puerta y puso el candado de su jaula. Encendió la tele y buscó su canal maldito, que detestaba y al que se había convertido en adicta: Tele5.

Puso todas las bolsas fabricadas con fécula de patata en la encimera de la cocina y ordenó metódicamente cada objeto comprado en los diferentes armarios escondidos de la casa. Cuando terminó de ordenarlo todo descubrió la bolsa de color marrón mierda que no recordaba haber comprado pero que siempre acababa apareciendo. En su mueble interior ordenó también esos objetos: desilusión, amargura, incomprensión, tristeza, ignorancia, rechazo, inseguridad, soledad, resentimiento, presión, olvido, y soledad.

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viernes, 8 de octubre de 2010

Tu pijama

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Me abracé a tu pijama ayer noche, y no es una metáfora bella que da pie a imaginar un viaje entre lunas y estrellas en el que dos personas corpóreas disfrutan de un momento. No.

Me abracé a tu pijama en una cama fría, un simple pedazo de tela olvidado por ti en uno de esos viajes de ida y vuelta de mi lado. Un pijama cargado de olores, de sensaciones, de recuerdos. Un pijama que me despierta, que me mantiene en vela. Me abracé a tu pijama ayer noche y lloré tu ausencia, maldiciendo porque faltabas ahí dentro.

Me abracé a tu pijama ayer noche, que días o semanas o meses antes te había quitado con delicadeza y pasión. Ese pijama en el que habías levantado los brazos para que suavemente te acariciara y te descubriera bella, tersa. Que habías alzado la cadera para que te desposeyera de él, pasos previos a un millón de besos, a la dulzura de nuestra compañía en esa casa solitaria y fría en la que una única testigo, una perra color canela, dormía en una alfombra ante el calor de una chimenea.

Ma abracé a tu pijama ayer noche. Jamás será sólo un pijama.

jueves, 7 de octubre de 2010

Las gárgolas que se esperaban

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Después de un año desde aquel primer encuentro, las cosas habían cambiado. Ya no eran dos furtivos de la noche que quedaban por la red en busca de unas vacaciones a base de teclado y emoticono. Ya no utilizaban Internet como evasión a las penalidades de un mundo del que iban formando parte irremediablemente. Cada día, ambos, se convertían en oficinistas huraños y ególatras y, como si se tratara de gárgolas, cada noche se transformaban en unos seres capaces de lo mejor y de lo peor, con todo su poder y toda su fuerza. Con todo su amor, ese amor que a veces tanto duele porque como dice la canción “amar es solo el comienzo de amargura”. Pero esas gárgolas cada vez tenían menos tiempo para convertirse en lo que realmente eran y, fruto de la fuerza de la corriente de la vida que llevaban a veces, se olvidaban de su verdadero ser.

Durante un año, los tránsitos MAD-BCN se habían convertido parte de la costumbre de ambos. De Sants a Atocha , de Barajas a El Prat, de la espera en las tortugas leprosas a la espera en el caballo gigante y amorfo. Pero entre todo siempre brillaban ellos. Daba igual la multitud de gente que saliera del gusano metálico o del pájaro de latón, nunca se confundía y, a golpe de furtiva mirada, se encontraban entre los cuerpos y sombreros de la gente que se interponía entre ellos. Se fundían para convertirse en uno gracias a una simbiosis difícil de explicar. Todo recuperaba el sentido. Nada era comprable a ese momento. Cuando recuperaban lo que a cada uno les correspondía, cuando volvían a tener algo que no comprendían porque durante tanto tiempo les era negado.



Años después de ese primer beso se habían convertido en una pareja formal, con relaciones familiares, con aventuras comunes, con un millón de fotos en las que ambos eran protagonistas. Navidades, vacaciones, gatos y perros, verano, nieve, nuevos amigos, cambios de pelo, morenos, Torrelodones, peleas por una manta, Roma, confeti, quedarse dormido, sangría, camisetas de súper héroes, ropa, cines, Cullera, chocolate, Valencia, superhéroes, trenes del calor, guantes, calor o frío, lentillas y gafas, quemados de piel, restaurantes buenos y malos, Pisa, crema de playa, cámaras de fotos, paseos, Tossa, academias, Barcelona, peleas, Florencia, futbol, pasión, discusiones, Glorias, debates, juegos, kebab, dolor de pie, discoteca, principios metafísicos, rabia y chinchetas, compras, camas y sábanas, celos, empujones de colchón, el teatro, bares de mala muerte, teleférico, Madrid, coches…
Sin embargo había algo que era como al principio. Cada día se buscaban. En el móvil, en la red, en el cielo o en el horizonte, en el recuerdo, en una palabra, en un lugar. Siempre se buscaban y siempre se encontraban porque siempre estaban presente el uno en el otro. Pero después de cada encuentro volvían a su realidad con pena y pesar.

Las gárgolas ahora esperaban dormidas, aguardando desde las alturas con esa indiferencia de piedra. Se esperaban la una a la otra con la paciencia de las rocas milenarias hasta encontrar su momento.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Con la emoción de un niño gracias a Benjamin Lacombe

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Te recomiendan un tema y lo tomas con un poco de desidia, lo aparcas hasta que cuerpo y mente se preparan para abordar ese nuevo mundo inexplorado hasta que lo haces con la inocencia de un niño. Así descubrí yo a Benjamin Lacombe.

Y ahora no tengo más que emoción, prisa, ilusión, por devorar sus letras, envolverme en sus ilustraciones, avivar mis sueños con el fuego de esa melancolía que encierran las pasiones perdidas.

Los amantes Mariposa (2008)

Si has querido soñar, lee a Lacombe. Si has querido morir, lee a Lacombe. Si estás triste, lee a Lacombe. Si quieres ser una bruja, desde luego, lee a Lacombe. Si quieres pasar un buen rato, lee a Lacombe. Si estás enamorado lee a Lacombe. Porque el joven francés, con tan solo 26 años, está revolucionando nuestro ahora, nuestro pasado, y, posiblemente, nuestro futuro con una apuesta tierna y emocionante, dulce pero nostálgica, apasionada pero triste.

Cuando alguien le da una golosina a un niño grande éste la devorará sin paliativos, porque nunca perdemos esa emoción de ilusionarnos con los pequeños detalles, solamente dormimos esa capacidad y ahí está Benjamin para despertarnos a golpe de palabra y pincel.

Ahora, no puedo hacer más que presentaros a Benjamin Lacombe, que os tiende la mano para que recuperéis al niño que lleváis dentro. Disfrutadlo.

Entrevista a Benjamin Lacombe en NRV-TV


Pincha aquí para acceder a la web de Benjamin Lacombe.
Magnífica crónica de La Mecánica del Corazón

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martes, 5 de octubre de 2010

"Mi paracaidas" de Marwan

Le descubrí con una canción que se llama Lorena, después le fui siguiendo. Le vi en algún garito tocando en directo. Más adelante le contacté por el Facebook y accedió a una entrevista en Muévete a tu bola en la que se marcó un directo cantándole a su madre... acaba de estrenar nuevo video.



¡Larga vida a Marwan!


Otros videos. El Chandal

Los 4 sentidos

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La vida a veces es mucho más sencilla de lo que nos parece y una supuesta traba muchas veces se convierte en oportunidad...

viernes, 1 de octubre de 2010

El final de Santiago "El Bulldog"

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El viento cerró la puerta de golpe y los pequeños cuadros que vestían el pasillo se estremecieron en un curioso baile de péndulo. Santi notó la ráfaga de aire pero, por su sordera, no pudo escuchar el violento golpe. Se dio la vuelta calmado y dio un paso atrás alarmado. Se encontró cara a cara con su asesino que estaba en tensión por el susto que se había llevado tras el portazo, llevaba una pistola con silenciador. Se miraron, Santi puso su mirada más desafiante, Carlos sostenía el arma temblando y antes de darse cuenta notó como el puño de Santi le quebraba la mandíbula y le hacía caer hacia atrás. Un disparo, dos disparos, tres disparos y al golpear el suelo la pistola salió volando hasta dar con el rodapié y quedar tumbada, caliente y humeante.

Con la cara deformada por el puñetazo del gigante, Carlos se incorporó y vio a Santi en el suelo agonizando, sangrando copiosamente por el cuello. Pudo ver como los movimientos de Santiago “El Bulldog” se convertían en pequeños temblores, hasta quedar el cuerpo inerte. El trabajo estaba hecho.