El otro día me llamaron Pagafantas. Para los que no estén acostumbrados al término es una manera despectiva de llamar a un tío cursi, calzonazos o hacer burla de las maneras de expresión que un chico, que tiene devoción por su pareja, utiliza imitando terminologías típicas de niño de 15... bueno 10 años.
Pagafantas... el caso es que me dejó un poco trastocado, pero claro, caí rendido ante las evidencias. Sí, efectivamente empleo tonos de voz y terminologías de niño cuando hablo con Iris por teléfono y demás. Me gusta ser infantil en el amor y lo peor es que, a pesar lo que muchos puedan pensar, estoy orgulloso.
Estoy orgulloso de poder protagonizar el amor más tierno, dulce, sincero que se puede conocer. Estoy orgulloso de tener una pareja que vive intensamente, como yo, las relaciones personales y que encuentra luz en su compañero de viaje. Estoy orgulloso de poder regalar mis juegos y mis tonterías a una persona y que ésta los acepte. Estoy orgulloso de poder vivir fantasías en las que los personajes podrían haber salido de Disney. Estoy orgulloso de ser capaz de ilusionarme a base de detalles... "Apasionado con la vida que nos da calor" como dice una canción de cuyo título ahora no recuerdo el nombre. Así es como siempre soñaba que quería que fuese mi vida en pareja, con esa eterna infancia. Y así es.
Pero esto, como en todo, tiene que estar sujeto en algo, firme a ser posible, y en este caso no puedo ser más afortunado, pues los pilares de mis sentimientos son macizos como las columnas que soportan el peso de los sueños. A mi lado, de un modo que no alcanzo a concebir llegó, navegando en un barquito de cáscara de nuez, la persona más maravillosa que se puede conocer. Firme en sus convicciones, valiente en sus decisiones, cariñosa en sus acciones. Con un sentimiento de amor por todos los seres, entes y cosas de este mundo dificil de comprender. Con una responsabilidad por las cosas bien hechas, difil de cumplir. Con un sentido de la vida de la que todos deberíamos sentirnos envidiosos.
Iris llegó un día a mi vida, puso sus maletas de colores en mi interior y fue capaz de ordenar el caos que habita en mi interior, haciéndome mejor persona, potenciando mis virtudes, matizando mis defectos. Un día Iris fue capaz de hacerme feliz tras haberme recogido de un mundo de dolor en el que había roto a llorar de pena, de desilusión y de incomprensión. Ese día comprendí que cada minuto de mi vida lo debía pasar junto a ella porque yo, junto a Iris, me siento mejor y deseo superarme. En el mañana, seguiremos paseando de la mano y gritaremos al aire el amor que nos procesamos. Te quiero.
Además de lo magnífica persona, me ha demostrado que es una gran artista, y a las pruebas me remito. Gracias.
Uno de todo, por Iris Magro Rojo (22/10/10)
Puede que ya tenga edad suficiente como para estar desengañada de la vida, haberme ido convirtiendo en una cínica, curtiendo mi corazón. Y como para haber aprendido tres o cuatro cosas acerca del amor y del dolor que puede causar. Pero debo confesarte que dentro de mí aún vive una adolescente, inocente y optimista que cree en ese amor imposible. Tú también lo habrás sentido alguna vez, estoy segura de que si te esfuerzas aún podrás recordar los nervios recorriendo de punta a punta tu ser, haciendo que hasta el mundo parezca estremecerse. Y esa estúpida expresión de felicidad que nace de la nada.
Pues bien, a pesar del paso de los años, los desengaños y la madurez hoy te confieso que sigo escuchando canciones para niñas que hablan de amores infantiles, que sigo soñando cuando veo películas protagonizadas por quinceañeros enamorados y a riesgo de parecer una cursi, es un precio pequeño a pagar si puedo mantener viva esa sensación y no conozco modo más preciso de describirlo: sigo sintiendo mariposas en el estómago. Porque descubrí que un amor así es posible cuando te vi por primera vez y me sentí de nuevo como una niña, soñando con el día en que me dirigieras la palabra. Como el día en que me hiciste sonreír por primera vez y pensé que lo nuestro duraría siempre, aún cuando no había comenzado. Tú me demostraste que no había barrera que no pudiera superar el amor, igual que en esas estúpidas películas (ya te he dicho que me encantan). Y a pesar de que me advertiste que tú no lo eras, sigo teniendo la impresión de que el príncipe azul y los cuentos de hadas con final feliz existen.
Y sigo siendo tan ridícula como para que mi corazón de un salto cada vez que te ve aparecer en la distancia, tan niña como para perderme en tus preciosos ojos y sigo sintiéndome la más afortunada del mundo cuando me besas. Sé que ya no tengo edad para esto y que deberían llenarme otras cosas, así que no seas muy duro conmigo si te digo que mi cita perfecta sigue siendo en la que paseas por la calle conmigo de la mano y siento que proclamamos por primera vez nuestro amor.
Hoy escribo esta carta al mundo para darle esperanza, pues nunca creí que un amor así pudiera existir. Pues creí que la vida era gris y que los decorados coloridos de la niñez iban cayendo a medida que se cumplían años. Marchitando poco a poco las ilusiones, criando escepticismo a base de derrotas y que lo único que se mantenía era la vaga esperanza de hacerte algún día al menos con uno de todo aquello con lo que soñaste. Y mira por donde, llenaste mi mundo de color con tu amor adolescente y no tuve que conformarme con uno porque me hiciste ver que puedo tener todo con lo que soñé.
Y, por si fuera poco, en Septiembre de 2009 Iris me regaló esto...