Salió encabronado de casa dando un portazo. Maldiciendo y farfullando, hablando solo y gesticulando airadamente con el objetivo de que el mundo le diera una razón que él mismo sabía que no tenía. Trató de justificarse en solitario. Su desidia, su desinterés, su bordería, su negación a llegar a un acuerdo… siempre encontraba un buen motivo para sacar su lado más punzante, y últimamente ocurría demasiado a menudo.
Al ir a adentrarse en un paso de peatones un ciclista se cruzó por su camino y casi cae el suelo. En ese instante todos sus improperios atacaron al pobre joven que se alejaba centrado en mantener el ritmo sinfónico de sus piernas. Una señora le dijo que tenía el semáforo en rojo. Por primera vez en el día, Carlo, separó la mirada furiosa del suelo y encontró los ojos bondadosos de una señora de unos setenta años castigada por la edad y el dolor de rodillas. Sin mover una sola facción dirigió la mirada al semáforo. Un tío estirado y quieto lucía al tenor de Leds rojos. En ese momento el sol despuntó por encima del edificio vecino a su domicilio.
La luz se adentró en sus ojos y velozmente todo a su alrededor se tiñó de un color primaveral. A menos de una manzana reinaba un Parque del Oeste lleno de cantares de pájaros y de luz y de verde y de un césped frondoso… de vida. Carlo estuvo tan obcecado en sí mismo que llevaba mucho tiempo sin disfrutar de lo mágica que puede resultar una mañana si se cambia el punto de vista.
Se empezó a sentir culpable. Comprendió que todo se volvía gris cuando ella no estaba presente, o cuando no la sentía cerca. En ese preciso momento deseó tenerla al lado. Escapar del día, de la rutina, del trabajo y pasar la mañana paseando con los pies descalzos encontrando algún escondrijo en el que perderse y robar algún beso furtivo.
Comenzó a escribir un mensaje: “perdnm,e sido 1 imbcil.s bjs t l xplco td.TK” y le dio a enviar. El tono de mensaje de Irene sonó justo a su espalda, la miró. Se sonrieron y sin mediar palabra bajaron la manzana que les separaba del césped, se descalzó sin desabrochar las zapatillas, lo que le hizo resultar ridículo… ella elegante se desató y tomó sus zapatos en la mano. Se sintieron como dos adolescentes haciendo pellas.
Se besaron y se amaron como nunca hubieron hecho antes.
Escrita en febrero de 2009... cada día voy a subir uno nuevo.
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