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Otean el horizonte con su arrogancia. Vigilan las carreteras, los valles, los montes, las nubes. Esquivan los rayos con su altanería soberbia. Miran el agua con recelo, el que serpentea los ríos y el que cae del cielo con su pesar.
Les hemos dado el poder de repoblar nuestros bosques y de comerse el viento. Donde un día había robles, encinas o pinos ahora hay acero y fibra de vidrio. Cortan el aire con sus espadas grandes como una cancha de baloncesto, ahuyentan a los pájaros y refugian conejos. Por la noche hablan entre ellos, con su código binario. Encienden y apagan la luz de su ojo que todo lo ve en un idioma incompresible para nosotros. Ellos esperan el momento para echar a andar e invadir nuestro sitio. Ese poder les hemos dado. Antes eran pequeñas familias, ahora son hordas. Un numeroso ejército.
Y no nos quedan Don Quijotes que nos salven. Que crucen la ancha Castilla en busca de su Dulcinea. Que a lomos de su Rocinante nos protejan de esta era del petróleo que nos consume. Ya no quedan Don Quijotes que nos salven de los gigantes…
Curiosa paradoja, y los gigantes hoy deberían ser los buenos.
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Alguno queda... pero hay gente que ya no sabe que son "Don Quijotes", y algunos "Don Quijotes" no saben que lo son...y otros quizá tengan miedo de serlo, quizá la Espiral del Silencio les haya atrapado...puede...quizá.
ResponderEliminarEsperemos encontrar la esperanza de seguir combatiendo.
ResponderEliminarGracias por leerme Begoña